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A precio de huevo

hace 21 horas
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Por Lewis Acuña - www.lewisacuña.com

Al borde de la carretera estaba sentado el viejo bajo la sombrilla a la que los años y el sol le robaron los colores y le regalaron huecos por donde filtrarse sin piedad. Como el de esa tarde. Pero algo era mejor que nada, como su camisa, su pantalón y las rústicas chanclas. El día ya se iba despidiendo.

En pocos minutos tendría que echar a andar con su carreta, o por lo menos así llamaba a tres tablones con una rueda de bicicleta que el había armado. Ahí cargaba y exhibía entre paja y cajas de lo que fuera, las tres o cuatro docenas de huevitos criollos que su puñado de gallinas parecían donarle para no morir de hambre. Ni ellas, ni él. Iba asumiendo que la resignación le pesaría más que todo lo que tenía para ofrecer. El gran pedazo de cartón del empaque de un televisor que no le perteneció, aun podía verse con algo de claridad escrito “Huevos x unidad $450”.

-Deme la docena a $4000 y me la llevo- le dijo la señora mientras terminaba de bajar el vidrio eléctrico de la camioneta y buscaba el sencillo dentro del bolso. Su marido aprovechaba la parada para quitarse las gafas de sol y ver bien de noche. El tono era imperativo, no de negociación. Ya tenía el par de billetes en la mano. -O los compro más arriba- amenazó.

Venían de un almuerzo largo con amigos. El clima ayudó, pero la comida no estuvo del todo buena en el restaurante campestre de moda que habían visto en TikTok. No era barato y las porciones, aunque no se hayan comido todo, más bien pequeñas. Pagaron $237.000 con propina incluida -¿cómo iban a decir que no enfrente de todos?- y les cobraron el parqueadero aparte.

-Llévelos- fue la respuesta del viejo. No tenía ni ánimo ni argumentos para rechazar la orden. Tenía necesidad y hambre. Carecía del valor para intentar una negociación pidiendo más y perder su única venta del día. El instinto de regatear desaparecía ante la idea de tener que comerse algunos de los huevos que serían el hambre de mañana, porque no tendría que vender. -Espero que estén frescos- le dijo ella mientras los recibía, le daba los billetes y su esposo arrancaba. Seguramente se sentía más satisfecha que pagando en el restaurante y que salía ganando llevando lo del desayuno. Necesitaba los huevos y no era un favor compasivo.

Ahora piensa en esto. Hay quienes se imponen ante el necesitado y se rinde al derroche de las apariencias. No es que se deba regalar la plata. Tampoco aceptar si lo que se cobra está desfasado en su relación precio/calidad. Se trata de no usar el poder adquisitivo como forma de superioridad moral. Es entender que ayudar no es solo dar. Que hacerlo a veces es tan simple como pagar lo justo sin exigir descuento, porque lo que se compra no será tan barato como la actitud mezquina de quien se aprovecha de la necesidad de otros.

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