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Columnistas | PUBLICADO EL 11 diciembre 2022

Las hijas que renegaron de sus padres

El movimiento de los hijos de genocidas se ha consolidado y hoy tiene una página de Facebook con miles de seguidores.

Por Juan José Hoyos - redacción@elcolombiano.com.co

Algunas se han cambiado el apellido. Otras quieren tumbar una ley que impide a los hijos declarar contra sus padres. Hay quienes quieren llamarse con una palabra nueva: exhijas.

Sus nombres son casi desconocidos fuera de Argentina: Analía Kalinec, Liliana Furió, Erika Lederer... o simplemente Mariana D. Son hijas –y también hijos– que repudiaron públicamente a sus padres por participar en asesinatos, torturas, secuestros, desapariciones forzadas y otros crímenes durante las dictaduras militares. Surgieron como movimiento en Argentina, en 2017, y hoy se han replicado en Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay.

Las unió la publicación de un libro escrito por las periodistas Carolina Arenes y Astrid Pikielny: Hijos de los 70. Historias de la generación que heredó la tragedia argentina, que reúne testimonios de hijas de policías y militares involucrados con la represión ilegal, hijas e hijos de víctimas de las organizaciones armadas o del poder paraestatal, de padres desaparecidos, hijos nacidos en cautiverio, hijos de guerrilleros, empresarios, intelectuales, sindicalistas, víctimas y victimarios.

Después de su publicación, algunas de las entrevistadas pidieron a las autoras los correos de otras víctimas y empezaron a verse, a conversar, a tomar una cerveza, a cenar juntas. Más tarde organizaron grupos de WhatsApp, páginas de Facebook, para compartir sus historias y su dolor. Los periodistas de la revista Anfibia entrevistaron a algunas de ellas y publicaron sus testimonios. Algunos son estremecedores, como el de Mariana D. A ella había gente que le retiraba el saludo por el solo hecho de portar el apellido de su padre, Miguel Etchecolatz, uno de los torturadores más famosos de la dictadura militar argentina.

Mariana Etchecolatz nació en Avellaneda, en 1970. En noviembre de 2014, presentó una solicitud para cambiar su apellido en un juzgado de Familia de Buenos Aires. El texto dice: “Permanentemente cuestionada y habiendo sufrido innumerables dificultades a causa de acarrear el apellido que solicito sea suprimido, resulta su historia repugnante a la suscrita, sinónimo de horror, vergüenza y dolor. No hay ni ha habido nada que nos una, y he decidido con esta solicitud ponerle punto final al gran peso que para mí significa arrastrar un apellido teñido de sangre y horror ... porque nada emparenta mi ser a este genocida”.

En una entrevista con la revista Anfibia, Mariana dice que nunca reconocerá a Etchecolatz con la palabra padre o papá. Lo llamará siempre por el apellido. Él está detenido hoy por sus crímenes y fue condenado por la justicia a doce años de prisión. Cuando el periodista le pregunta qué quiere que pase ahora con él, ella contesta: “que no salga nunca más. Nunca me había animado a contar mi historia. Y lo único que quiero expresar ante la sociedad es el repudio a un padre genocida, repudio que estuvo siempre en mí. Mejor dicho: el repudio de una hija a un padre genocida”.

El movimiento se ha consolidado tanto que hoy tiene una página de Facebook con miles de seguidores. La página se llama Historias desobedientes y con faltas de ortografía y fue fundada por Liliana Furió. Surgió como un espacio para compartir historias y pensamientos: una especie de catarsis frente a los horrores del pasado. Cuando Liliana conoció a Analía Kalinec y a Erika Lederer, la red social se convirtió en el medio principal de comunicación y encuentro entre los hijos de genocidas.

¿Quienes somos? Se preguntan ellas en la página. “Somos historias impensadas, inéditas, inesperadas. Nuestras historias saben de dolor, de soledad, de rupturas, de insensatez y de locura. Sabemos el horror del terrorismo de estado: de secuestros, de vejaciones, de apremios ilegales, de violaciones, de apropiaciones, de desapariciones, de impunidad”.

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