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Columnistas | PUBLICADO EL 11 noviembre 2022

Las guerras

‘No hay nobleza alguna en la muerte. Ni siquiera cuando mueres por defender el honor. Lo más importante es la vida muchachos. Muertos no servís nada más que para los discursos’.

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Ávido de encontrar respuestas que me expliquen por qué el hombre se va a la guerra a matarse, he buscado en distintos libros y películas referencias que me permitan decir por qué nada justifica discursos patrióticos, charcos de sangre, gritos de huérfanos y viudas. Pocas cosas me han dejado satisfecho, los muertos que quedan después de cada batalla no sirven de nada. La guerra nos deshace como humanos, nos separa como sociedad y nos deja a la deriva.

Una guerra, tarde o temprano, se sale de control y los “buenos” pueden volverse igual o peor de sanguinarios que sus adversarios. Por eso mi antibelicismo se sintió identificado esta semana cuando volví a leer “Johny cogió su fusil”, una novela del escritor norteamericano Dalton Trumbo que da suficientes razones para dejar de pensar que la guerra es una opción para obtener la libertad. Nadie es libre en la medida que asesine a otro.

Seguramente muchos lectores habrán escuchado la famosa canción de Metallica “One”, pues esa canción fue inspirada en este libro de Trumbo que narra la tragedia de un joven soldado quien a pesar de perder en la guerra los brazos, las piernas, los oídos, los ojos, la nariz y la boca vivió. ¿Cómo explicar esto? Sencillamente para que podamos leer reflexiones del siguiente calibre: “Alguien dijo vamos a pelear por la libertad y fueron y se hicieron matar sin pensar una sola vez en la libertad”. Siempre hay un pretexto para la guerra, se dice, porque cuando no es por la libertad, es por la independencia, la democracia, la autonomía, la honestidad, el honor, la tierra natal o cualquier otra cosa que, después de pensarlo muy bien, no significa nada.

“No hay nobleza alguna en la muerte. Ni siquiera cuando mueres por defender el honor. Lo más importante es la vida muchachos. Muertos no servís nada más que para los discursos. No os dejéis engañar más. No os deis por aludidos cuando os digan vamos, tenemos que luchar por la libertad o cualquier otra palabra. Si esta es tu situación decid: Lo siento señor no tengo tiempo para morir, estoy muy ocupado y luego daros la vuelta y corred como alucinados. Si os llaman cobardes no prestéis atención porque vuestra tarea es vivir no morir. Si hablan de morir por principios que son más grandes que la vida decid: señor usted es un mentiroso. No hay nada más grande que la vida”.

Escritores como Amos Oz o Abraham B. Yehoshúa murieron pidiendo un cese rotundo al fuego, en muchos momentos, en muchos lugares. David Grossman dijo hace un tiempo en una entrevista que los intelectuales tienen que ayudar a cambiar el lenguaje de la guerra. “Insisto en que quienes escribimos tenemos que recordarle a la sociedad que se puede coexistir sin matarse”. Yo comparto esa idea, no hay guerra, por noble que parezca, que se justifique y más en un mundo como este donde, como dice Trumbo: “Siempre hay gente dispuesta a sacrificar la vida ajena”.

Diego Aristizábal

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