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Columnistas | PUBLICADO EL 28 diciembre 2020

LAS CARTAS A ANTONIA

Por JUAN JOSÉ HOYOSredaccion@elcolombiano.com.co

“Cartas a Antonia” no es uno más de los treinta libros de Alfredo Molano Bravo. Es un regalo, el mejor regalo que él pudo imaginar para su nieta, esa niña que tanto amó: un diario íntimo en el que, carta tras carta, le cuenta a ella la historia de su vida, sus viajes a pie, en mula, en canoa y en avión, por los ríos, las selvas, los llanos y las montañas de Colombia, hablando con su gente, escuchando sus historias.

Es, también, la historia de una pasión: la de un hombre que se forma en las ciencias sociales y en los libros para tratar de entender su país, y después de recorrerlo escuchando a los otros, gracias al poder maravilloso del relato, renuncia a la visión y al estilo acartonado y seco que le han impuesto los profesores y la academia, y descubre entre la gente su propia voz... Así se convierte en un escritor, “sacando los adentros de la gente en sus afueras, en sus padecimientos, su valor, sus ilusiones”.

“Se tiene miedo de escribir porque se tiene miedo de escuchar, porque se tiene miedo de vivir. Quizá por eso son más seguros los conceptos y los prejuicios” dice Molano, hablando de esta metamorfosis. “No fue fácil desembarazarme del idioma conceptual que me impedía ver y hablar... Pero no me cupo duda, era demasiado lo que me habían contado los colonos, era muy grande mi compromiso. Opté a conciencia por contar lo que me habían contado, dicho mejor, lo que me habían confiado. Lo escribí en primera persona como si ellos, los colonos, lo hubieran escrito”.

“Cartas a Antonia” es como una sonata compuesta a tres voces: la primera es la del hijo ―Alfredo Molano Jimeno― hablando de la herencia de su padre y contando la historia de estas cartas que él empezó a escribir diez años antes de su muerte; la segunda es la de Alfredo Molano Bravo, el abuelo que cuenta a su nieta la historia de su propia vida y su lucha con la muerte; la tercera es la voz de Antonia ante las cenizas del abuelo, despidiéndolo en el cementerio.

Al final, los editores agregaron dos documentos indispensables para comprender la vida y la obra de Alfredo Molano como sociólogo, como escritor y como periodista: sus palabras al recibir el título de doctor Honoris Causa que le otorgó la Universidad Nacional de Colombia y el Premio Simón Bolívar a la vida y la obra de un periodista.

“Así, de costa a costa, de río en río, de camino en camino, hice lo que un negro viejo en El Charco, Nariño, me dijo: “Para conocer, señor, hay que andar”. Un consejo que ha sido el itinerario de mi vida”: este es su credo. Así recorrió su país para recoger las voces de los campesinos del sur del Tolima y del Catatumbo; los colonos de la Serranía de La Macarena, Vichada y la Amazonia; los indígenas de la Sierra Nevada; los negros del río Timbiquí... Todos huyendo de la guerra, pero llevando la guerra a cuestas...

Leí “Cartas a Antonia” sin parar, entre la media noche y el amanecer. Es un libro hermoso, conmovedor. Al final, me sobrecogieron los pensamientos del hombre que sabe que está muriendo y habla consigo mismo: “Lo de los perros fue una metáfora que nos permitió volver a hablar de los miedos. Esos mismos que por la noche, cuando ya todo está en silencio y las luces se han apagado, saltan sobre mi cama y mi almohada, me cercan, me paralizan y se llevan mi sueño entre sus fauces. Al miedo, le decía yo a Antonia, hay que mirarle la cara. A los perros hay que mirarlos a los ojos, a la muerte también”

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