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La noche del 10 de julio de 1.520 fue para Hernán Cortés tan desafortunada, que la versión española de la historia la llamó La Noche Triste, pues fue expulsado de Tenochtitlán perdiendo en su huida, algo más de la mitad de sus hombres, 46 caballos, 4.000 de sus aliados nativos, casi todos los prisioneros y la mayoría de los tesoros “adquiridos”. Luego de semejante derrota nadie apostaría por una futura victoria del medellinense de Extremadura, pero como el azar es una de las fuerzas más poderosas de la guerra, como bien dice Clausewitz en tratado “De la Guerra”, su suerte cambiaría posteriormente, no por lo que su gente hizo sino por lo que llevaban adentro.
En una segunda oleada de españoles unidos a Cortés, venía un africano esclavizado que había recibido de los blancos europeos el nombre de Francisco Eguía y también el virus de la viruela. Francisco enfermó y aunque los totonacos intentaron aliviarle, todo fue en vano, propagándose una feroz epidemia de viruela entre una población sin arma alguna para este tipo de conquistador, que terminó matando al 40 % de la población de la capital azteca.
En la tragedia de este invasor invisible, los aztecas solo pudieron apelar al dios Tezcatlipoca al que le suplicaron que los salvase: “Oh Maestro, ¿cómo puede tu corazón desear esto en verdad? ¿Cómo puedes desearlo? ¿Has abandonado a tus súbditos? ... ¿Nunca se revertirá tu ira? ¿No mirarás más a la gente común? Porque, ¡ah! ¡Esta plaga los está destruyendo! ¡La oscuridad ha caído! Deja que esto sea suficiente. Deja de divertirte, oh Maestro, oh Señor. ¡Deja que la tierra descanse! Me caigo ante ti. Me arrojo ante ti, lanzándome al lugar del que nadie se levanta, el lugar del terror y el miedo, gritando: ¡Oh Maestro, realiza tu oficio ... haz tu trabajo!”.
Por estos días dominados por la plaga china, el gobierno nacional desde el principio advirtió acertadamente, con claridad y aplomo admirable, que el plan sería un confinamiento riguroso inicial que moduladamente se iría flexibilizando de acuerdo a la evolución de la epidemia, que implicaría incluso reactivar el aislamiento si las cosas salen mal. Lo que yo no veo tan claro es que todos los ciudadanos hayan entendido que todo está en sus manos. El Gobierno no puede hacer nada más de lo que ha hecho juiciosamente. Me asusta pensar que, así como los aztecas, algunos sigan pensando que “otro”, Dios o gobierno, realice el oficio y haga el trabajo.
El éxito o fracaso en esta crisis recaerá casi completamente en cada uno de nosotros, en la aceptación de que somos los únicos responsables de nosotros mismos y especialmente de todos. Para el virus que prospera cuando encuentra canteras humanas disponibles, una vacuna no parece estará disponible este año y el único antídoto posible es el comportamiento responsable de todos. No esperes milagros del más allá o del Gobierno. La vacuna eres tú .