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Por Jorge Mario Zuluaga C.
La puntualidad es una gran virtud y en muchos países se considera algo muy importante cuya carencia hace que alguien no sea bien visto. En Colombia debemos reconocer que puede considerarse algo normal el comenzar las actividades programadas con retrasos cortos.
Pero la impuntualidad e incluso inasistencia del presidente va más allá de esta “normalidad”, ya que, por su condición, se supone que tiene un grupo de personas que le maneja su agenda y le programa citas acorde con su disponibilidad de asistencia. Por eso sus excusas son cada vez menos creíbles.
Esta situación, sumada a la paz total pregonada por el gobierno y a los nulos o casi inexistentes comentarios sobre temas tan delicados como las invasiones de tierra, las muertes de civiles y líderes, los bloqueos de vías ya presentados, y la cacofonía de los ministros que no pasan a la acción al respecto de estos asuntos, me llevó a pensar en un momento histórico reciente muy triste en nuestro país.
En 1997, Colombia atravesaba una violencia que escalaba día a día y que era ejercida por grupos paramilitares y guerrilleros. Hubo en la sociedad una necesidad urgente de buscar caminos que nos sacaran de esa situación, y así fue como llegó Andrés Pastrana a la presidencia.
El gobierno inició diálogos con las Farc sin necesidad de determinar un alto al fuego por parte de este grupo armado y permitió que ocupara el Caguán. Sin embargo, no se llegó a ningún acuerdo y la violencia se exacerbó.
Como símbolo que marcó el proceso, y que quedó en la memoria de todos los que lo presenciamos, al momento de la instalación de los diálogos solo asistió el presidente de la República, pues el máximo representante de las Farc dejo la silla vacía.
Espero que este no sea un recuerdo profético, porque entonces Colombia viviría un retroceso de años