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Columnistas | PUBLICADO EL 18 mayo 2022

La otra guerra

Ni EE. UU., con sus pronunciamientos tibios, ni la Unión Europea, con una voz más contundente, pero igual de inofensiva, han podido detener la aplanadora israelí.

Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com

La otra guerra, la de siempre, la milenaria, recrudece sus desgracias mientras el mundo tiene el foco en Europa del este. Durante los más de dos meses que ha durado la invasión a Ucrania, la pequeña franja de tierra en Medio Oriente que concentra a israelíes y palestinos no ha dejado de bullir un solo segundo y, por el contrario, amenaza una nueva escalada.

Hace un par de semanas, la tensión en la zona aumentó tras los anuncios —de nuevo— de la ampliación del territorio de Israel a costa del desplazamiento y desalojo de palestinos para construir en tierras abusadas nuevos asentamientos. La misma historia contada tantas veces de la arbitrariedad israelí que nadie ha podido parar, aún cuando es claro para todos, de Washington a Bruselas, que la apropiación de lo que en norma les corresponde a los palestinos es clara y llanamente una violación al derecho internacional.

El gobierno de Israel hace lo que le place y en pocos lugares como en Medio Oriente se aplica el doble rasero de la política internacional. Actúa igual desde hace más de medio siglo y ahora, con el espejo ucraniano, se hace más visible la desgracia de esta vieja guerra. Los palestinos sufren la repetición insoportable de la película de horror que es acometida sin ninguna consecuencia para sus ejecutores.

Si lo anterior no fuese suficiente, antes de que terminara la semana pasada se puso otra piedra que impide el acercamiento y el diálogo entre ambos pueblos. La periodista Shireen Abu Akleh, de nacionalidad palestina y también estadounidense, fue asesinada por una bala mientras cubría una incursión militar de Israel en Cisjordania. Los palestinos acusaron a las fuerzas israelíes inmediatamente y, aunque en principio el ejército señalado lo negó, ahora reconoce que es posible que el disparo saliera de uno de sus fusiles. La rabia y los deseos de venganza aumentaron con el pasar de las horas y llegaron a su clima máximo el viernes, cuando, en el entierro de la periodista, cuyo ataúd estaba cubierto por la bandera palestina, se desató un enfrentamiento entre dolientes y la policía israelí. Los uniformados dijeron que respondieron al lanzamiento de piedras y arremetieron con una fuerza inusual —usual para ellos— a punta de culetazos y puños que estuvieron a punto de hacer caer el féretro.

Los días que vienen mostrarán un incremento de las hostilidades y la indignante impunidad con la cual se mueve el más fuerte. Ni EE. UU., con sus pronunciamientos tibios, ni la Unión Europea, con una voz más contundente, pero igual de inofensiva, han podido detener la aplanadora israelí. Esta invasión es similar a aquella que sale todos los días en los periódicos. Sin embargo, los termómetros de la geopolítica que miden lo aceptable —lo legal y éticamente correcto— se mueven a diferentes niveles. Todo depende del nombre del abusador y de quiénes son sus amigos 

David E. Santos Gómez

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