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Soy de los que en las librerías coge los libros y, más que leer las guardas o los flamantes comentarios, que casi siempre dicen cosas tan buenas que ya uno duda de los criterios “refinados” o, más bien, interesados, leo minuciosamente el principio, el primer párrafo. Si este me seduce, me dejo interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes, como diría Cortázar en “Continuidad de los parques”. Así, en ocasiones, me leo el primer capítulo antes de abandonar la librería y en caso de un encuentro peripatético, como el que sintió Onetti cuando descubrió a Faulkner en la revista Sur, huyo con mi nuevo amigo y me meto en el primer café que encuentre y leo y leo.
Perfectamente podría ser un lector de principios o de primeros capítulos y algún día, cuando mermen mis pendientes, escribiré desde mi punto de vista una continuidad de ese librito de ensayos que escribió Amos Oz, “La historia comienza”, en el cual analiza varios principios literarios, entre otros: “La nariz” de Gogol, “Nadie decía nada” de Carver, “El otoño del patriarca” de García Márquez.
¿Cuánto debe revelar la primera frase?, ¿dónde empieza un relato como es debido?, ¿puede existir, en teoría, un comienzo adecuado para cualquier relato?, se pregunta Oz. “El comienzo de casi todos los relatos es realmente un hueso, algo con que cortejar al perrito, que puede acercarlo a uno a la dama”, dice él parafraseando el cuento de Chejov “La dama del perrito”.
A veces, escribir es perseguir, hasta llegar a buen término, una imagen o una frase que en ocasiones no sabemos hacia dónde nos llevará, es jalar un hilo de una madeja. Hay principios, como los de Javier Marías, que duran un capítulo entero, hacen que uno retenga el aire. Uno jala y jala hasta que de repente, después de la estampida de palabras embrujadas, de las tramas más inusuales, uno se da cuenta de que durante horas, sea de pie o sentado, los únicos que han sentido la quietud son el cuello y la boca llena de sed. Quien no me crea lea “Mañana en la batalla piensa en mí”, por ejemplo, y sabrá de qué estoy hablando; por ahora, y dadas las preguntas sin respuestas, les dejo este principio para que juzguen ustedes: “Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse la muerte entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado, a pesar de que eso sucede todo el tiempo...”. La intención y la actitud son fundamentales en cualquier principio, son claves para no despegarse del juego propuesto