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Columnistas | PUBLICADO EL 08 junio 2020

La gran confusión

Por Enrique López Encisoealopezen@gmail.com

Preocupan las noticias acerca de las dificultades de los científicos para llegar a un tratamiento para el covid-19 y a una vacuna contra el virus. Para el caso del primero, la sensación que queda entre los legos es la falta de coordinación en los estudios, con una comunicación sobre ellos confusa y contradictoria. Para el caso de la vacuna debió aparecer la mano de Bill Gates para darle una salida al esfuerzo de cientos de investigadores que trabajan en ella, aunque también existe la solución china, pero esa es otra historia.

Aunque se trata de una enfermedad nueva, con el paso del tiempo se cuenta con más información, que debería ayudar en la aplicación del método científico para estudiarla y poderla combatir. En esas condiciones es posible usar reglas de investigación más estrictas, con muestras representativas de pacientes para evaluar si un tratamiento está funcionando. A pesar de eso ha sucedido todo lo contrario, y en el afán por dar una esperanza aparecen propuestas de tratamiento que, en algunos casos, no parecen muy convincentes.

Parece que algunos antivirales tienen futuro como tratamiento como el Redensivir o el más reciente Afivavir, inscrito por el ministerio de sanidad ruso. Sin embargo, en ambos casos los fármacos fueron desarrollados y probados clínicamente en tiempo récord. Los medicamentos sólo estarán disponibles para uso hospitalario y está pendiente el aval de la OMS. Aún en los casos promisorios, queda la sensación de la falta de prudencia en la divulgación al público de resultados poco concluyentes que provienen de experimentos precipitados.

Para aumentar la confusión, está el caso de la hidroxicloroquina, el antiviral derivado de la cloroquina, considerado al principio por la OMS como una alternativa de tratamiento prometedora. Hace unos meses el medicamento fue descalificado en dos artículos publicados en The Lancet y en el New England Journal of Medicine, lo que llevó a la suspensión del tratamiento con ese producto en algunos países y de los ensayos clínicos en la OMS. Sin embargo, en dos declaraciones recientes las dos revistas hablaron de “dudas sustantivas” acerca de los estudios que ellas habían publicado y que determinaron que el tratamiento con hidroxicloroquina no sólo no era beneficioso, sino que provocaba un alto índice de mortalidad y problemas cardiacos. La OMS reprendió su investigación ante la novedad.

En esta semana, para complicar todo, tres de los cuatro coautores del estudio de Lancet repudiaron su propio trabajo porque, según ellos, el cuarto autor responsable de la empresa que recogió los indicadores que fundamentaron las conclusiones, se niega ahora a dar acceso a ellos. Casi al tiempo se conoció el pronunciamiento de los profesores Horby y Landray de la universidad de Oxford que llevaron a cabo el mayor ensayo clínico sobre el medicamento con 11 mil pacientes y 175 hospitales del servicio de salud del Reino Unido. Los profesores concluyen que no hay ningún efecto benéfico en la salud de los pacientes y decidieron no tratar a ninguno más con el medicamento.

A la falta de coordinación y a la confusión sobre los tratamientos contribuyeron varios gobernantes que, en aras de ofrecer esperanzas a sus gobernados, apoyaron de forma irresponsable el uso de algunos de ellos que al final no se sabe si pueden ser útiles o no. Se vende humo.

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