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Columnistas | PUBLICADO EL 28 septiembre 2022

La diplomacia de los sapos

¿Hasta dónde está dispuesto el gobierno actual a criticar a gobiernos que necesita para concretar promesas como los diálogos para la llamada “paz total”?

En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas —y también en entrevistas con medios internacionales y en los pasillos diplomáticos de Nueva York—, el presidente chileno Gabriel Boric arremetió la semana pasada contra los gobiernos de Nicolás Maduro en Venezuela y de Daniel Ortega en Nicaragua. Los acusa de violar los derechos humanos. “Me molesta cuando eres de izquierda y no se puede hablar o condenar a Venezuela o a Nicaragua [...]. No se puede tener un doble estándar”, dijo. Sintético y claro. Expositor de lo evidente.

El joven mandatario es hoy el líder progresista de la región más crítico con las derivas autoritarias de Caracas y Managua y políticamente su postura enfrenta uno de los asuntos más espinosos para los nuevos gobiernos de izquierda del hemisferio. ¿Cómo desprenderse de los rezagos catastróficos, sociales y económicos, del chavismo y el orteguismo? Para Boric resulta muy sencillo: sin ambigüedades. Apuntando el dedo hacia aquellos que están acabando con las democracias de sus países. Incomódele a quien le incomode, a políticos tibios o a intelectuales complacientes. Porque, aunque parezca una postura sensata, en este punto no lo han hecho ni Andrés Manuel López Obrador en México, ni Alberto Fernández en Argentina, ni Luis Arce en Bolivia. Anacrónicamente existen aún quienes consideran que criticar es soltar la mano de un aliado. Y, en algunos casos, responden a equilibrios diplomáticos.

En este punto aparece nuestro país y el nuevo enfoque del gobierno nacional que apenas arranca. Si bien desde hace muchos años Gustavo Petro se posicionó crítico de Nicolás Maduro y de Daniel Ortega, con entrevistas y golpes de tuits que fueron y vinieron, ahora, en la silla presidencial, la disyuntiva se presenta en forma de intereses. ¿Hasta dónde está dispuesto el gobierno actual a criticar a gobiernos que necesita para concretar promesas como los diálogos para la llamada “paz total”?

El objetivo actual de la Cancillería colombiana es buscar acercamientos, sobre todo con Venezuela, para establecer canales de comunicación fluidos y obtener réditos políticos. Algo muy parecido al timonazo que dio Juan Manuel Santos a los pocos días de iniciar su presidencia. Primero, la apertura de la frontera pretende aliviar a las comunidades de la zona y reflotar el flujo comercial y luego definir contactos para explorar negociaciones con grupos ilegales. El diseño requiere una ponderación seria entre el discurso público y la acción privada.

Son dos caras de una realidad geopolítica continental. Mientras el gobierno de Chile expone su disertación coherente de política exterior, el de Colombia tendrá que tragarse unos buenos sapos. En los meses por venir veremos sonrisas y apretones de manos entre la Casa de Nariño y Miraflores que serán incómodos para un porcentaje importante de los colombianos. El reto es enorme. Tanto el presidente Gustavo Petro como el canciller Álvaro Leyva se jugarán allí las cartas más polémicas y trascendentales de la diplomacia de todo su cuatrienio 

David E. Santos Gómez

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