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Columnistas | PUBLICADO EL 18 septiembre 2022

La curiosidad

Es clave cuidarnos del exceso de confianza en nosotros mismos, saber que no sabemos nos ofrece un vacío que nos impulsa a indagar, sentir, profundizar y experimentar.

* Director de Comfama.

Querido Gabriel,

“Después de su retiro a los 62 años, se preguntó qué quería aprender. Finalmente, se decidió por algo de lo que no sabía absolutamente nada”, me contaba alguien, refiriéndose a un empresario colombiano que, luego de una exitosa carrera en el sector financiero, decidió crear un negocio sin relación alguna con sus cuarenta años de trabajo. El hombre, tocayo tuyo, buscó a los mejores, viajó para encontrar los conocimientos de punta que requería y montó una gran empresa en el sector agropecuario, partiendo de cero. Ahora, su proyecto, la Hacienda San José, en el Vichada, es una organización asombrosa que logró lo que muchos creían imposible.

Recurro con frecuencia a los dichos populares, los proverbios y las frases de las abuelas. Casi siempre contienen sabiduría encapsulada. Sin embargo, en algunas ocasiones, son fósiles de una parte de nuestra cultura que debemos dejar atrás. La frase “La curiosidad mató al gato”, expresión de origen inglés que mi abuela usaba cuando me entrometía en la cocina, está en ese grupo, comparte espacio en mi anaquel con “La prudencia hace verdaderos sabios” y “Loro viejo no aprende a hablar”. ¿Hablamos del valor de la curiosidad para los tiempos que corren? Cuestionemos por qué una palabra con una etimología tan potente, emparentada con curar y con cuidado, que quiere decir “tener abundante interés por algo”, terminó en esta categoría de malos consejos que viajan a través de los siglos.

Todos nacemos curiosos, lo realmente retador es conservarlo y nutrirlo. Si tuviera que elegir un objetivo para nuestro sistema educativo, sería el cultivo de la curiosidad; es una herramienta que mejora con el uso y no deja de servir en ninguna circunstancia. Jorge Wagensberg, en su libro El goce intelectual, pensaba en esto seguramente cuando promovía las experiencias sensoriales que abren las puertas a la pregunta y la reflexión, convirtiéndose en fuente de los más poderosos aprendizajes. Por eso, las mejores maneras de nutrir a nuestro curioso interior son ir a museos, leer novelas, ver cine y conversar con la gente.

El valor de la curiosidad es cada vez más alto en un mundo cambiante. Los ejemplos de Bill Gates, lector voraz y enfocado, y de Steve Jobs, descrito por sus conocidos como “interesado en todo”, nos pueden inspirar. Es clave cuidarnos del exceso de confianza en nosotros mismos, saber que no sabemos nos ofrece un vacío que nos impulsa a indagar, sentir, profundizar y experimentar. Si un político, un empresario o un líder social quiere afrontar con éxito los cambios sociales que aparecen continuamente en nuestra época, deberá abandonar las ideas preconcebidas, activar la curiosidad, guardar más silencio, escuchar y jamás dejar de preguntar.

En español casi nunca completamos la frase del pobre gato como hacen los anglosajones. Les tomó más de tres siglos corregir ese semáforo cultural en contra de un hábito tan fundamental como la curiosidad. Por eso te propongo que provoquemos nuestra tertulia con el menos conocido cierre del refrán y alentemos así nuestro abundante interés por el conocimiento: “La curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo trajo de vuelta”. Celebremos la curiosidad porque nos alienta a crear, a avanzar, a emprender a cualquier edad y, ante todo, nos mantiene vivos 

David Escobar Arango

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