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Días atrás, lo observaba uno de nuestros analistas: la Selección Colombia ha producido en los últimos seis años —y así ocurrió en la época de Pacho Maturana y Bolillo Gómez— fenómenos sociológicos más profundos y reconfortantes que los desencadenados por la clase política y los últimos cuatro gobiernos.
Los partidos y su dirigencia, y los dos expresidentes del período 2002 - 2018, nos legaron un país fracturado, sin juego en equipo y sin fair play. Con los ligamentos cruzados rotos a patadas, incapaz de caminar y de mejorar el nivel de competencia. Una nación dividida que no es capaz de entregar bien el balón de los contratos, de las obras, de la asistencia social. Con una defensa hecha trizas por las bandas... criminales: narcotráfico, disidencias, guerrillas y hampones de cuello blanco que mantienen a Colombia sin fondos y sin capacidad de brillar en estadios internacionales.
La selección de la política y de lo público es cada vez peor: de pocos talentos, individualistas e interesados en hacer cada uno su “gol”. Sin creación colectiva, sin el sueño de un triunfo compartido. Sin ética ni estética: de jugadas sucias repetidas, en fuera de lugar. Incapaces de permitir un cambio, so pena de que al juez le den “en la cara, marica”.
Un club rodeado de empresarios mafiosos y ventajosos. Que pagan coimas y sobornos para que quiten y pongan alineaciones en las cortes, en los camerinos de la Fiscalía y el Congreso. Con unas divisiones menores también postradas y toscas: gobernaciones y alcaldías, asambleas y concejos. Con titulares aburguesados, que no sudan la camiseta. Sin estrategia, sin idea táctica para sacar a este país de las derrotas incontables que le producen la corrupción, la ilegalidad y la violencia.
Nada que ver con la emoción y la alegría genuinas que le producen James y Duván a la gente del pueblo. Muchachos que se han forjado con años de esfuerzo madrugando a practicar, a trabajar en equipo. Que transmiten solidaridad, apoyo, amor por el país. Por eso a la gente del común le importan y le dicen más que sus congresistas dormilones y ausentes. “Pechifríos”.
David Ospina, Stefan Medina, Yerry Mina y Wílmar Barrios, en la defensa, son, en 100 metros de grama, un ejemplo, un símbolo cierto de integración y cooperación de Antioquia, Cauca y la Costa; de blancos, afros y mulatos. En 90 minutos despiertan mucha más identidad, apego y orgullo al país que esa sinvergüenzada sin títulos de la política nacional. No nos queda más que vivir y gozar las emociones que transmiten estos jóvenes, antes que sufrir las razones de desconcierto y frustración que mandan los pataduras “padres de la patria”.