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Esta semana, en el marco del Hay Festival, estuve hablando con Serge Haroche de su libro La luz revelada. Si uno está conversando sabroso, cuarenta y cinco minutos pasan rápido. Cuando me señalaron que se me terminaba el tiempo, pensé con tristeza que ya no tendríamos oportunidad de discutir las ideas de su epílogo Ciencia y verdad. Son ideas urgentes y quiero usar las cuatrocientas palabras que me quedan de esta columna para compartirlas, con la esperanza de que sean tema de conversa en la mesa del comedor.
Para poder investigar, los científicos necesitan tiempo, pues la naturaleza no revela fácil ni rápidamente sus secretos (Haroche cuenta que para perfeccionar el experimento que les dio a él y a su equipo el premio Nobel se demoraron quince años). También necesitan tres tipos de confianza: la de ellos mismos en su capacidad de sentir profundamente que los fenómenos naturales obedecen a leyes racionales e imaginar nuevos enfoques ante situaciones inesperadas; la confianza de las instituciones a las que pertenecen y la confianza de la sociedad que debe compartir la convicción de que la ciencia constituye un elemento esencial de nuestra cultura.
La confianza de la sociedad en la ciencia está quebrada. Es paradójico que, en un momento en que es más rica que nunca en descubrimientos que amplían nuestra visión del mundo, la ciencia resulte incomprendida, denigrada y atacada por la opinión pública. Hoy los científicos deben defenderse contra la mentira: el calentamiento global es una invención china que busca debilitar la economía de Occidente, las vacunas son peligrosas para los niños, ¡la tierra es plana! ...
Las corrientes anticientíficas han existido siempre, pero lo que ocurre ahora tiene un tinte diferente. Las razones de este tinte las estudia Claudine Haroche, socióloga y esposa de Serge (fascinante ella y fascinante ese apartamento en el jardín de Luxemburgo en el que conviven la antropología, la sociología y la física). Hoy vivimos en un mundo sometido a profundas crisis en el que los individuos se sienten cada vez más aislados y tienden a afiliarse de manera tribal a creencias que les resultan tranquilizadoras. Así, no les gusta la ciencia con su carácter universal del que ningún grupo puede apropiarse. El tribalismo anticientífico es fácilmente influenciable y provoca malentendidos en una opinión pública que comprende mal la ciencia.
Las falsedades y la desinformación, propagadas eficazmente a través de internet, reducen las teorías científicas al rango de opiniones (¡grave!, ¡grave!). Para defender la ciencia hay que estudiar los orígenes sociológicos y psicológicos de esos delirios compartidos. Dice Haroche que fue esto lo que lo llevó a escribir su libro. Decidió compartir su historia y la de la luz, porque, como científico, pensó que la mejor defensa que se puede hacer de la ciencia pasa por explicar al público no científico qué hace que el enfoque científico sea tan poderoso y hermoso. En otras palabras, dice Haroche, que para recuperar la confianza de la sociedad hay que hacer divulgación