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El juguete, en reemplazo del otro celular que ya cumplió su caducidad programada... y la ropa, claro que por lo menos otros bluyines.
Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com
Puede ser que sí esté descendiendo en forma progresiva el número de nacimientos, como lo indica el Dane, y sí haya una relación directa entre ese resultado estadístico y la pérdida constante de la inocencia. Menos recién nacidos, menos inocentes. Parece lógico. Ojalá eso ocurriera en la política, la economía y demás realidades sociales, como para concluir que habría menos ingenuos, puros y cándidos. Menos engañables por legiones de pícaros. Si hablamos de tradiciones y costumbres navideñas, que vienen muy al caso, parece que la inocencia se ha reducido. Percibo que ha disminuido la petición de los traídos al Niño Jesús para el jubiloso amanecer del 25 de diciembre.
Aunque les parezca insólito a muchos amigos e incluso coetáneos, todavía le encargo regalos al hijo de José y María. Los paquetes que espero encontrar junto al Pesebre o al árbol de Navidad incluyen la misma variedad de setenta años atrás cuando el Niño aterrizaba silencioso en la entrañable casa de campo de mi abuela materna en El Cucaracho, el paraje pintoresco descrito por Carrasquilla en Frutos de mi tierra, donde en cada temporada de vacaciones compartíamos alegrías y trabajos de infancia los primos por parte de madre. Nunca me faltaron y sigo recibiendo en cada amanecer navideño un libro, una linterna, un juguete de moda... y ropa.
Estoy convencido, por algo será, de que en la anhelada fiesta auroral de pasado mañana sentiré la misma dicha de todos los años con mis traídos bien empacados en papel de aguinaldo, como premio por haberme comportado bien durante el año. Me tiene sin cuidado que me insistan en que “no es el Niño Jesús el que trae los regalos”, como me lo dijo un recordado familiar cuando teníamos nueve o diez años. Lo traté de ateo y desde entonces perdió mi confianza, pero me sublevé contra la realidad de que había lesionado mi inocencia.
Debo declarar que aquella mañana la desconcertante revelación de mi primo fue una de las peores noticias de la vida. Sin embargo, en los prolegómenos hogareños de cada noche de Navidad me sostengo en que sí es el Niño Jesús el que trae los regalos, pese a tantas evidencias en contrario. El libro, apuesto a que va a ser la novela más reciente de Pérez Reverte. La linterna, de las que se recargan en un tomacorriente. El juguete, en reemplazo del otro celular que ya cumplió su caducidad programada... y la ropa, claro que por lo menos otros bluyines.
Que en las estadísticas disminuya el número de nacimientos y por carambola se reduzca la inocencia, es algo analizable con calma. Ojalá el ejercicio de la ciudadanía con pureza de intención no siga facilitando el negocio sórdido con el mando para tanto pícaro, asaltante del poder y autócrata. Para los creyentes, que no crédulos, ya viene el 24, el día más largo del año, el de la espera de la noche sosegada de Navidad y del Niño Jesús con los traídos.