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Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

Ser hincha

Ser hincha no es una afición circunstancial; es una forma de ser. No se elige del todo: llega temprano, en la infancia, como regalos profundos del alma.

hace 6 horas
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  • Ser hincha

Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

Me gusta el fútbol. Su historia, su fanatismo casi religioso, su capacidad de convertirse en epifanía cotidiana. Es, para muchos como para mí, un modo legítimo de ser feliz. Noventa minutos en los que el mundo se aquieta y se libera, por un instante, de lo políticamente correcto y de la obligación permanente de explicarlo todo. El fútbol es una pasión que pocos entienden y no todos sienten, pero quienes la habitamos sabemos que no es pasajera: es de por vida. Trae alegrías intensas y tristezas profundas; ofrece, al mismo tiempo, un refugio mental frente al ruido, la incertidumbre y el desgaste de la vida diaria. Por eso puedo afirmar, sin exageración, que el fútbol es una de las invenciones artísticas más sublimes de la humanidad: no se limita a ser observado, se vive, se siente y, muchas veces, se padece, porque todo acto profundamente bello, en el fondo, tiene dolor.

Ser hincha no es una afición circunstancial; es una forma de ser. No se elige del todo: llega temprano, en la infancia, como llegan los regalos más profundos del alma, casi siempre heredada, transmitida en gestos pequeños y silenciosos. Recuerdo para siempre el primer día que me regalaron una camisa de mi equipo. No era solo una prenda: era una pertenencia. Desde entonces comprendí que hay objetos que nos representan mejor que las palabras, que una camiseta puede tocar el alma y que ciertos colores se instalan en la sangre con una fuerza inexplicable. Somos, en buena medida, los objetos que queremos.

Esa experiencia íntima se vuelve colectiva cuando se comparte en la tribuna. Ser hincha de Atlético Nacional, para mí, es aprender a permanecer: permanecer cuando se gana, sin soberbia, y permanecer cuando se pierde, con una tristeza que no siempre se dice, pero que se siente. Esa misma lógica de fidelidad y constancia se repite en una historia más amplia, una que como país vale la pena contar con orgullo: la del talento colombiano proyectándose al mundo. La proyección internacional de deportistas, artistas y cantantes nos ha recordado que Colombia es buena y que vale la pena creer en ella.

Ese reconocimiento no es casual ni improvisado. Se ha construido, en buena medida, gracias a un modelo democrático que ha permitido que el esfuerzo tenga sentido, que el talento encuentre caminos y que cada quien pueda intentar su propio recorrido. Hay una pedagogía silenciosa en el fútbol: enseña que las ideas que no aceptan reglas ni adversarios no pierden, implosionan todo antes de que el partido termine. Quizás por eso el fútbol se parece tanto a la vida misma: ambos exigen convicción, cuidado de la libertad y una ética elemental que no necesita ser proclamada, sino practicada.

Y al final, cuando el ruido se disipa y solo queda lo esencial, aparece la gratitud. Como lo expresó con sencillez y hondura Víctor Hugo Aristizábal: “Algún día, como todos, se rendirán cuentas al Señor. Al llegar al cielo, se le dirán tres cosas al Señor. Se le dará muchas gracias por haber permitido nacer en Colombia. Además, se le darán demasiadas gracias por haber permitido jugar en el verde”.

Feliz navidad y año nuevo para todos.

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Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

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