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La riqueza no es un pecado, es el resultado de la creatividad, del esfuerzo y de la disciplina de quienes no se resignan.
Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb
En Colombia la palabra posibilismo empieza a ganar terreno. No es ingenuidad, ni optimismo ciego: es la decisión de creer que se puede construir futuro incluso en medio de la adversidad.
La historia empresarial del país está llena de ejemplos. En Antioquia, el programa “100 empresarios” de la Cámara de Comercio de Medellín recoge historias de mujeres y hombres que, contra todo pronóstico, levantaron industrias textiles, cementeras, químicas y financieras que marcaron un antes y un después para la región. Pero lo cierto es que no solo Antioquia tiene esta herencia: en Bogotá surgieron grupos financieros y de servicios; en el Valle del Cauca, el sector azucarero y de alimentos; en la Costa Caribe, la navegación y el comercio internacional; en Santander, la industria petrolera y la innovación en salud. En cada región hubo empresarios que no se resignaron y que decidieron transformar carencias en oportunidades.
Ese legado de los grandes empresarios colombianos nos recuerda que crear empresa aquí nunca ha sido fácil, pero siempre ha sido posible. Y sobre esos hombros se levantan hoy nuevas generaciones. Jóvenes emprendedoras como las que impulsan marcas como Beesurreal o Golden Girl en redes sociales demuestran que, el espíritu de crear y proponer sigue vivo. Su valor está en desafiar los discursos ideológicos que destruyen sueños.
A esta corriente se suma la conversación intelectual. Libros como Cómo enriquecer a Colombia y Colombia Ganadora, junto con propuestas como la hoja de ruta programática L3P, nos recuerdan que el país no está condenado a la escasez ni a la trampa de la dependencia. Nos muestran que Colombia puede avanzar si logramos liberar el talento de su gente: un Estado que se concentre en lo esencial —seguridad, justicia, reglas claras— y una sociedad capaz de emprender, innovar, invertir y confiar. No se trata de discursos grandilocuentes ni de promesas fáciles, sino de rediseñar el terreno de juego para que cada ciudadano tenga las condiciones de desplegar su proyecto de vida.
Lo que une todas estas historias —los empresarios de ayer, los emprendedores de hoy y las ideas que empiezan a organizar un proyecto de país— es la misma convicción: Colombia puede más que sus problemas. La riqueza no es un pecado, es el resultado de la creatividad, del esfuerzo y de la disciplina de quienes no se resignan.
El verdadero obstáculo no está en la falta de talento ni de oportunidades, sino en la narrativa que insiste en convencernos de que el progreso es ilegítimo y que todo intento por crear riqueza está destinado a la corrupción o al abuso. Esa mirada reduce al país a un eterno reparto de escasez, en lugar de abrirlo a la creación de abundancia. La experiencia demuestra que cuando se libera la iniciativa individual y se confía en el esfuerzo de la gente, los resultados llegan.
Además, la desdicha ideológica ofrece un camino cómodo: siempre hay alguien más a quien culpar por lo que no funciona. Pero lo verdaderamente digno es asumir la vida con autonomía, con la certeza de que sí podemos crear futuro con nuestro trabajo, nuestra creatividad y nuestra disciplina.