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Trasgredir los límites

hace 21 horas
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Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com

La tensión que vive el país ha creado una atmósfera de incertidumbre. El momento, agravado por el atentado a Miguel Uribe, obliga a la unión. Las marchas del silencio fueron un ejemplo, pero, para el gobierno, la unión es cosa de oligarcas y el “no más” colectivo le causa urticaria.

Los que piensan distinto no deberían existir. Esa parece ser su consigna. Anularlos es lo mejor y trasgredir los límites fomentando el odio, la división y las mentiras, es el camino expedito para que el otro deje de existir. No en vano la definición de trasgredir es “quebrantar, violar un precepto, ley o estatuto”.

Para el presidente Gustavo Petro, el “yo mando porque soy el pueblo” le hace creer que tiene permiso divino para anular al 47,2% de los electores colombianos que no congenian con sus ideas, su actuar como ser humano y su actitud de trasgresión frente al orden constitucional.

Eliminar la seguridad y minimizar la labor de la fuerza pública bajo el pretexto de negociar con los ilegales, ha sido una demostración del daño que causa la trasgresión de los límites. No más este fin de semana, fue aterrador ver a hombres armados patrullando las calles de El Dovio, en Valle del Cauca, y lo mismo pasa en cientos de poblaciones donde los violentos constriñen y delinquen sin parar.

Querer reescribir la historia con populismo y discursos que fomentan la división y el culto a la personalidad e interpretar la Constitución Política a su amaño, también es trasgredir los límites y lo del sábado en Medellín, cuando estuvieron invitados por el presidente en la tarima pública, los principales capos del crimen organizado en la ciudad, presos en la cárcel de Itagüí, fue el mayor ejemplo de trasgresión de los límites.

Pero no todo está perdido. Muchos están volviendo en sí, porque entienden que el daño hecho también los toca. En la última encuesta Invamer Poll el 69% de los colombianos desaprueba la gestión del gobierno, siete puntos más que en abril. Además, en los estratos 1 y 2, donde radican sus bases, el rechazo subió a 62%. Las voces comienzan a levantarse. Basta leer la columna publicada el domingo en El País, por la senadora Andrea Padilla, quien ha sido de la bancada del gobierno. El título lo dice todo, Petro Debe Sanar. Pero su contenido más: “Con un país tomado por el miedo, el recelo y los odios, puedo afirmar, porque lo he padecido, que ese amor verborreico de Petro y de buena parte de su bancada se transformó en rabia, en desvarío, en desconfianza y en peligrosos e injustos señalamientos a quienes osamos diferir de sus actuaciones (...) Hay que ver la ligereza con la que nos tildan de traidores a quienes, pese a apoyar las reformas, disentimos en algo; cómo intentan hundir o apropiarse de proyectos de ley de congresistas que, por cualquier razón, incomodamos; cómo enfilan las bodegas rabiosas contra quienes no nos comportamos de manera sectaria; cómo calumnian a quienes no actuamos con obediencia y sostienen sus mentiras con actitud patológica; o cómo demonizan a los opositores, mientras, patrióticamente, invocan la democracia. Aterra. Decepciona. Entristece”.

Trasgredir de los límites es la demostración de una incapacidad patológica y altamente peligrosa. Está claro. Pero también es un llamado apremiante a frenar desde el poder institucional, los abusos y el momento es ya, porque el daño cada vez es más profundo.

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