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Por JAVIER MEJÍA CUBILLOS - mejiaj@stanford.edu
En la opinión pública polulan las conversaciones tontas. Hay un tipo de ellas que me llama mucho la atención: las conversaciones que tienen lugar en los países latinoamericanos, parte de la OCDE, acerca de por qué estos suelen estar al fondo de todos los rankings de la Organización.
Creo que es un tipo de conversaciones tontas porque suelen tener una explicación muy sencilla y evidente: Los países latinoamericanos son bastante más pobres que el resto de miembros de la OCDE, y la inmensa mayoría de cosas funcionan menos bien en las sociedades pobres que en las sociedades ricas.
Sin embargo, dentro de esas conversaciones, hay una que sí encuentro muy interesante: aquella sobre productividad laboral. Chile, Colombia, Costa Rica, y México son los países de la OCDE que menos valor generan por hora trabajada; siendo Chile el de mayor productividad del grupo—una hora de trabajo promedio genera 35 dólares allí—y Colombia, el de menos—ahí, una hora promedio genera 20 dólares.
Para tener algo de perspectiva, en países como Noruega, Luxemburgo o Dinamarca, una hora promedio de trabajo genera más de 100 dólares. Al mismo tiempo, los países latinoamericanos son los que más trabajan en la OCDE. Mientras un residente promedio de Alemania, Dinamarca u Holanda trabajó cerca de 27 horas por semana en 2022, su equivalente en Chile, Colombia, Costa Rica o México trabajó cerca de 44 horas por semana.
Esto es interesante porque no es un resultado trivial. Para empezar, los trabajadores latinoamericanos no son poco productivos porque sean pobres. Si algo, es su baja productividad la que explica su pobreza. Esto es evidente. Tampoco son poco productivos porque trabajen muchas horas.
Los países más productivos del este de Asia, como Singapore o Taiwán, trabajan tantas horas como en Latinoamérica. Es decir, es posible trabajar muchas horas y ser muy productivo. Quizá compararse con el este de Asia no es justo. Los latinos tenemos otra cultura. Y muchos piensan, entonces, que es justamente nuestra cultura la responsable de la baja productividad y las muchas horas que trabajamos.
Después de todo, las personas en las oficinas latinoamericanas pasan muchas horas laborales no trabajando—e.g. llegando tarde y yéndose temprano, tomando café, hablando con los compañeros, absorbidos por sus celulares, etc. Y es cierto que la cultura laboral latina es bastante relajada y profundamente integrada a dinámicas no laborales. Sin embargo, esto solo explica una pequeña fracción de nuestra baja productividad.
La forma más sencilla de verlo es notar como países con culturas laborales similares a las nuestras, como España o Italia, tienen productividades que doblan las de nuestra región. Entonces, la respuesta a nuestra baja productividad no está en la cultura de nuestros pueblos. La respuesta está en la estructura ocupacional de nuestras economías.
La productividad de un país tiene menos que ver con el desempeño del ofinicista promedio y más con la composición sectorial de la fuerza de trabajo. Si uno toma a la persona que contesta el teléfono en una pequeña tienda de legumbres en algún remoto pueblo de Mississipi y la lleva a contestar el teléfono en un banco de inversión en Wall Street, su contribución a la productividad agregada se multiplicará.
No importa que esté haciendo la misma tarea por el mismo número de horas. Contestar el teléfono en el banco de inversión de Wall Street, simplemente, aporta a una actividad que genera mucho más valor por unidad de tiempo. En Latinoamérica, lastimosamente, hay muchísimas personas trabajando en sectores que generan muy poco valor.
En países como Colombia o México, cerca de la mitad de los ocupados trabajan en el sector informal. Este sector; puesto que está compuesto por actividades muy intensivas en mano de obra poco calificada, bajo tecnologías tradicionales, y con pocas economías de escala; genera poco valor por hora.
Así, aunque en Latinoamérica existan algunas firmas en sectores como las finanzas o el gas y el petróleo, con productividades similares al promedio de las economías desarrolladas, la fracción de la fuerza laboral que trabaja en ellas es bastante pequeña.
Son los millones de personas que no pueden acceder a trabajos en este tipo de firmas, y terminan en la economía del rebusque, quienes explican la baja productividad promedio en la región. Y claro, dada la baja remuneración que se encuentra en estas actividades tan poco productivas, estas personas deben trabajar muchas horas para cubrir sus necesidades. Reconocer esto es indispensable para empezar a cambiar las cosas.
La región debe detener su progresiva romantización de lo que algunos llaman “economía popular”—que, a falta de una definición clara, no parecer ser nada diferente a la economía informal de pequeña escala. Esta es la principal fuente de que los latinoamericanos trabajemos tantas horas y seamos tan poco productivos.
La política pública latinoamericana, en cambio, debe hacer prioritaria la consolidación de empresas formales de gran tamaño altamente competitivas. Y no es para que se beneficie el gran capital. Si algo, los grandes beneficiarios de aquel objetivo de política son las personas con menores oportunidades.
Los trabajos en estas empresas suelen ofrecer salarios por encima de los ingresos medios nacionales y jornadas promedio más cortas—además del resto de derechos laborales legales. Todo esto, aunque parezca poco, son condiciones muchísimo superiores a las alternativas que suelen tener las personas pobres en el sector informal.
Un trabajo en una empresa formal grande es la puerta más amplia a la clase media en Latinoamérica. Hagámosla más grande.