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Es una oportunidad para una nueva generación de pensadores. La simple búsqueda de la supervivencia local es demasiado limitada para ayudarnos a enfrentar las disyuntivas de la coexistencia en sociedad.
Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu
La semana pasada estuve en el World Governments Summit (WGS) en Dubái. El WGS es una iniciativa que reúne cada año a líderes de la política, los negocios y las ideas para reflexionar sobre el rumbo del mundo y las oportunidades y desafíos que vienen con él.
Fui invitado como presentador en dos de los muchos eventos que tienen lugar dentro del WGS: uno sobre el futuro de la educación y otro sobre el futuro de las inversiones en Latinoamérica y el Medio Oriente. Ambas discusiones generaron ideas muy interesantes, de las que posiblemente hablaré en mi canal de YouTube.
Aquí, sin embargo, quiero referirme a algo más amplio: una sensación que dominaba el ambiente en cada reunión del evento. Me refiero a la percepción generalizada de que el hechizo del wokismo se había roto.
La manera más sencilla de explicarlo es recordar cómo, hace apenas un par de años, estos foros internacionales eran, en gran medida, un ejercicio performativo de exaltación a los ideales de la izquierda global. Eran una especie de danza en la que cada participante intentaba mostrarse como la persona con mayor conciencia social y ambiental del recinto. En medio de esta coreografía, era imposible escapar a la expresión incesante de compromiso con la diversidad, la equidad y la inclusión. Tampoco era posible sustraerse a la constante exaltación de la identidad de género y raza como valores supremos a los que el resto de la sociedad debía ajustarse.
Nadie se atrevía a interrumpir estos rituales para cuestionar el valor absoluto de esos ideales, los costos de perseguirlos sin concesiones o la poca practicidad de priorizarlos en todo contexto. A eso me refiero con el hechizo del wokismo. Lo que se vivió en Dubái la semana pasada fue la interrupción de esa danza y la constatación generalizada de que pocos deseaban seguir participando en ella.
Este año, la atención de los participantes del WGS no estaba en el género o la raza, sino en el progreso tecnológico, la guerra y la política comercial. En la plenaria más concurrida del evento, Elon Musk habló sobre los riesgos de una inteligencia artificial que no priorizara la búsqueda de la verdad—por ejemplo, que diera más importancia al respeto a los pronombres que a la precisión factual. También se atrevió a cuestionar la idea de que las decisiones de fecundidad deben ser estrictamente individuales—en particular, de la mujer—señalando los riesgos de una sociedad donde las familias más educadas no tienen hijos. Esto quizá no sorprenda a nadie viniendo de Musk, pero lo relevante es que el tono de la mayoría de las conversaciones del evento siguió una línea similar.
En un panel sobre inversiones con responsabilidad social—quizá el último bastión del wokismo en las altas esferas corporativas—directores de gestoras de activos como King Street o Neuberger Berman, que manejan cientos de miles de millones de dólares, describieron un mundo lleno de matices morales, donde el compromiso con ciertas causas sociales puede implicar altos costos reputacionales difíciles de prever. En este contexto, la prioridad ha vuelto a ser la responsabilidad con los inversionistas, y alejarse del activismo político, la principal respuesta.
Permítanme reiterar que este tipo de posturas estaban completamente ausentes en estos espacios de discusión hasta hace poco. Parte del fin del hechizo ha sido, precisamente, la concientización de cuán represivo era el equilibrio anterior y cómo el aparente consenso no era más que una generalizada autocensura.
En ese sentido, este cambio ha sido muy positivo. Muy liberador, sobre todo. No obstante, como suele suceder cuando se despierta de un largo sueño, este evento deja tras de sí incertidumbre y algo de temor. El hechizo wokista ofrecía la falsa pero reconfortante ilusión de que la paz y la justicia perpetuas eran posibles. Con su desaparición, se ha hecho evidente la dura realidad de que vivimos en un mundo marcado por el conflicto y la violencia, para los que debemos estar preparados.
Este cambio, además, nos deja con una pregunta abierta: ¿qué conjunto de valores reemplazará al wokismo? Por más represivo e impráctico que haya sido, el wokismo proporcionaba una guía moral clara. Dentro de su marco, era sencillo diferenciar lo “bueno” de lo “malo”. Ahora, en un mundo donde el wokismo está desapareciendo, seguimos necesitando una brújula moral para la que no existen alternativas inmediatas en la opinión pública actual.
Esta es una oportunidad para una nueva generación de pensadores. La simple búsqueda de la supervivencia local es demasiado limitada para ayudarnos a enfrentar las disyuntivas de la coexistencia en sociedad. Necesitamos nuevos referentes morales; necesitamos nuevas ideas.