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El debate actual no es del interior contra la Costa, ni del Cauca contra Cundinamarca, sino cómo rediseñar la relación centro-periferia alrededor de mayores autonomías económicas para proyectar un país más justo, pacífico y próspero.
Por Jaime Arias Ramírez * - opinion@elcolombiano.com.co
Cada cierto tiempo reaparece la discusión alrededor de nuestro interesante mapa geo-político-económico. Somos diversos y ricos en climas, valles y montañas, costas sobre ambos océanos, estamos situados en el centro de las Américas, con tierras fértiles y desiertos, climas gélidos y calientes y zonas habitadas por una compleja etnicidad con significativa riqueza subcultural. La reciente elección de una mayoría de gobernadores y alcaldes con orientación política diferente a la del actual presidente y la actitud de este frente al resultado, reviven la controversia entre centralismo y descentralización.
Para entender el contexto debemos partir de algunas premisas: el asunto se remonta a comienzos del siglo XVI, lo que hoy es Colombia comienza en la Costa Caribe y no en Santafé de Bogotá; en los primeros siglos las diferencias eran políticas y luego vino la búsqueda para ganar espacios y recursos naturales, ahora priman factores económicos. Experimentamos un déjà vu, regreso o evocación de episodios pasados. Buena parte del siglo XIX colombiano se dedicó a debatir si Colombia debería ser un estado federal como Estados Unidos, México y Brasil, o una república unitaria y centralizada en su capital Bogotá. El asunto causó guerras civiles y llevó a reformar la Carta Política, unas veces marcada por el federalismo defendido por los liberales en la Constitución de Rionegro de 1868 y otras por el centralismo inspirado en el pensamiento conservador de Núñez y Caro. Finalmente, en 1886, la balanza se inclinó en favor de una república unitaria con algún grado de descentralización administrativa hacia los departamentos.
El debate actual no es del interior contra la Costa, ni del Cauca contra Cundinamarca, sino cómo rediseñar la relación centro-periferia alrededor de mayores autonomías económicas para proyectar un país más justo, pacífico y próspero y funcionar como un ecosistema multirregional, frente a desafíos económicos, comerciales y tecnológicos. Dentro de la unidad política el debate ha pasado a entender cómo las regiones pueden jugar un importante papel si tienen más autonomía, algo parecido a lo que hizo España hace algunas décadas. Un ejemplo notorio es el del papel económico que juegan los Estados de la Unión Americana: California puede ser la octava economía más grande del mundo y, sin embargo, no está buscando independizarse del resto de la nación.
Hemos superado los tiempos en que los “cachacos” veían a la provincia como territorios dependientes de la voluntad política del centro, o desde la Costa los “corronchos” veían a los “lanetas” como señoritos. Los desafíos de esta época convulsionada nos obligan a repensarnos, como una malla de recursos complementarios que planifica su futuro desde la diversidad del territorio y de sus habitantes. Lamentablemente las circunstancias actuales no son propicias cuando desde el poder gubernamental se piensa en términos de amigos y enemigos o, en mis regiones y las de la oposición.
Sin embargo, es el momento para pensar constructivamente en un nuevo modelo de unión, más que de división territorial, en la economía y la justicia social, más que en las ventajas de unos o de otros.
* Miembro del Consejo Superior Universidad Central