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Durante los últimos días vi cosas que esperaba no volver a presenciar. Las imágenes y las crónicas de estos últimos días me han destrozado el corazón. Pensé en la interpretación que Walter Benjamin hizo del Ángel de la Historia de Paul Klee, una contemplación horrífica de los escombros de la historia. Quizás el símbolo del dolor que vive Colombia en este momento es el llanto inconsolable de la madre de Santiago Andrés Murillo, el joven de Ibagué quien perdió la vida, asesinado por un policía. “Llévame contigo, amor”, gritó la madre. Este grito debería entrar en las fibras más profundas de nuestro ser y debería tener el poder de hacernos pausar a todos. Debería hacernos conscientes de nuestros lenguajes y de nuestros comportamientos. Debería invitarnos a reflexionar sobre nuestras intenciones y ayudarnos a revisarlas. Si el llanto de una madre que ha perdido su hijo no nos lleva a pausar, ¿qué lo hará posible?
Pausar es interrumpir la historia. Es evitar que el pasado se convierta en un eterno presente. Aparatos de seguridad como el Esmad y sectores de la Policía Nacional deberían pausar y con humildad reconocer que las muertes que han provocado en estos días no son casos aislados, sino el resultado de la criminalización de los jóvenes que protestan y de la protesta social en general. Una democracia y su ciudadanía no puede tolerar el abuso por parte del Estado. No hay justificación posible para la utilización desproporcionada de la fuerza. En estos días, a un joven amigo que por primera vez en su vida iba a una marcha, le dije, “me gusta que te unas a la protesta, pero permanece alejado del Esmad”. Me sorprendí al dar la misma recomendación que millones de padres afroamericanos dan a sus hijos en los Estados Unidos, para cuidarlos del abuso policial. Hay algo profundamente mal cuando hay miedo de que el encuentro con el Estado sea un encuentro mortal. Eso nos debería pausar a todos.
De igual manera debería hacernos pausar la violencia de los criminales que destruyen bienes públicos, medios de transporte, tiendas y oficinas. Nos tiene que hacer pausar, y nos tiene que doler, el asesinato de un policía como el del director de la Sijin de Soacha, Jesús Alberto Morano, quien fue apuñalado. Hoy hay también otras madres, esposas, hijas, que gritan su dolor. La violencia es un lenguaje que hay que rechazar porque no hay violencia que sea más justificable que otra. Solo su rechazo sin apelación puede interrumpir la historia.
El desafío entonces es lograr canalizar la rabia, el dolor, el desconcierto hacia la construcción de un futuro que no se parezca a su historia. Parece contradictorio y hasta provocativo, pero, como lo hablaba con un querido amigo en estos días, es la quietud lo que nos llevará a la lucidez que puede iluminar y sugerir el camino a seguir. Cultivar la quietud también es una forma para interrumpir la historia y permitir que emerja un nuevo mañana. Porque es este futuro lo que hoy está en juego y esto es al mismo tiempo una gran oportunidad