Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
La IA eliminará hasta la mitad de trabajos de oficina para recién licenciados en menos de cinco años.
Por Humberto Montero - hmontero@larazon.es
El mundo ha avanzado siempre a costa del trabajo ajeno. De la acumulación del capital logrado con el sudor de la frente de los esclavos se alzaron imperios legendarios, pirámides y colosos, bibliotecas que aún perduran en los anales y armadas capaces de arrasarlo todo. De los asirios a los persas, de los egipcios a los romanos, de los mongoles a la dinastía china Quing, todos expandieron sus fronteras doblegando a pueblos y naciones. Aztecas, mayas e incas hicieron lo propio con los pueblos a los que sometían antes de la Conquista. Y de ahí hasta hoy, los últimos grandes imperios se han forjado sobre la opresión humana, del británico, al ruso o el francés.
Hace bien poco pude visitar con unas semanas de margen el origen de la esclavitud en Senegal y su destino en las plantaciones de Luisiana.
En la Casa de los Esclavos, en la isla de Goré, frente a las costas de Dakar, de donde partían los barcos esclavistas franceses, británicos y portugueses hacia América, comenzaba todo. Allí, entre las paredes encaladas de color tierra se puede sentir el sufrimiento de miles de familias separadas para siempre, ya desde las celdas en las que estaban hacinados, las mujeres y niños, por un lado, y los hombres, por el otro.
Y es que durante cuatrocientos años llegaron a América cerca de doce millones de africanos para trabajar en las haciendas y plantaciones del Nuevo Mundo. Nada de esto hubiera sido posible sin un sistema previamente asentado en el corazón de la propia África, donde algunos reinos, como el de los Ashanti o el Dahomey, en el actual Benín, enraizaban en la trata desde sus orígenes. Las campañas militares de estos soberanos proporcionaban gran número de prisioneros de guerra, parte de los cuales se vendía a los negreros en la ciudad de Xweda (la Ouidah o Whydah de los europeos, en el actual Benín), de la que partió casi un millón de esclavos hacia América. También podían venderse como esclavos los condenados por deudas, los ladrones, los asesinos y quienes infringían la ley.
Desde el interior del continente, los esclavos viajaban a pie hasta la costa en coffles, largas hileras de seres humanos encadenados unos a otros y custodiados por guardias armados.
En 1799, el explorador británico Mungo Park, que acompañó una caravana de esclavos, detalló que andaban de ocho a nueve horas diarias, lo que permitía recorrer hasta treinta kilómetros. Ya en la travesía, que podía prolongarse tres meses, moría durante el viaje entre el 25 y el 28% de los cautivos.
A miles de kilómetros, en las fértiles llanuras de Luisiana, en una hermosa hacienda de caña de azúcar a pocos metros de Mississippi, pude palpar también el dolor de cuantos sobrevivían a la trata y acababan trabajando de por vida como animales para las familias que luego convirtieron a Estados Unidos en el nuevo imperio dominante. Porque solo de esas fortunas salió el ingente capital capaz de doblegar al resto.
Ahora, sin embargo, asistimos a una nueva revolución, la de la Inteligencia Artificial, que no se hará sobre el trabajo esclavo, sino probablemente a costa de buena parte del trabajo humano.
Dario Amodei, CEO de Anthropic y creador de una de las inteligencias artificiales más potentes del mundo, ha advertido de que la IA eliminará hasta la mitad de los trabajos de oficina —“de cuello blanco”— para recién licenciados en menos de cinco años. Y añade que el desempleo juvenil podría dispararse hasta el 20% entre 2026 y 2030.
Asistimos a un cambio radical en la lógica que hasta ahora dominaba el mundo desde el origen de la propia humanidad. ¿Será más humana que la que se fundamentaba en el trabajo esclavo? Solo de nosotros depende.