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Uno camina y se encuentra siempre con algunas paredes que limitan el mundo, que construyen el territorio que uno habita, que son frontera y trinchera: “No creo en nadie”, leí mientras oteaba la pared blanca que en el minúsculo espacio asfixia con su presencia, en ese orinal (y en todos) cada damero es una galaxia, leerlos es sumergirse en un continente, es descubrir la Antártida, internarse en un acorazado de textos que anteceden otros mundos.
El muro, el propio, el que es límite, encierra, abarca o constriñe; el otro, el que ves o encuentras, el que te recuerda el perímetro, marca, señala, susurra; el que está escrito, rasgado; el que grita, calla u oculta; ese muro, los otros, tantos, ese es él.
Leo, repaso cada muro real o virtual que encuentro en el camino, leer es caminar hacia un futuro incierto, pero luminoso; aunque desconocido siempre significará aprendizaje, cada línea es parte de una oración por descubrir. Leo y sueño mundos que la imaginación hará posibles, edifico ideas sobre las letras de un porvenir hecho de preguntas. Cada texto se hace mantra de la supervivencia. “Si este fuera un principio de infinito”, canta el muro.
“Nací en Armenia con árbol de níspero, al frente de don Sebastián y un poco más lejos de donde Isabelita, mi primera conciencia con la vida, mi primera mirada, mi primera risa, mi primer amigo, mi primer amor, mi primer temor: allí se quedó la vaca, se quedó el caballo, se quedó el árbol, se quedó el camino y todos los ríos. Allá la montaña y a cinco minutos Calarcá”. Con ese texto descolgado de la pared redescubro la obra de María Teresa Hincapié, una artista que se anticipó por mucho y que indagó sobre tanto de lo que hoy nos preocupa.
Los muros del Museo me preparan para enfrentar lo desconocido, anticipan y dan fe de la inmersión que la creadora hizo y que yo estoy a punto de emprender. Esta artista tempranamente fallecida se hizo preguntas sobre el consumo o el modelo capitalista, el amor, el género, la sexualidad, el ritual, lo sagrado, el caminar y la lentitud “como herramienta de resistencia y pensamiento.” Su minimalismo lo hago mío, su economía de recursos es la herramienta mística con la que me interroga. La rutina es el acto repetido que se convierte en ejercicio de meditación zen que junto con el silencio son su viaje a las profundidades del ser.
La exposición de María Teresa Hincapié en el Mamm es un verdadero milagro y una demostración de esfuerzo, talento y dignidad. Es, además, una poderosa metáfora acerca del momento tan crítico que estamos viviendo y de lo que es la creación de una artista que produjo una obra tan potente desde la precariedad y la fragilidad de su existencia. Vivir para crear y hacer de la vida obra es el mensaje que se cuela por las grietas del muro