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Columnistas | PUBLICADO EL 12 agosto 2020

Hierro

Por ana Cristina Restrepo J.redaccion@elcolombiano.com.co

Álvaro Uribe Vélez está privado de su libertad en una hacienda de “alrededor de 1.500 hectáreas” (según ha dicho el mismo senador), ubicada en Córdoba.

Las reses de El Ubérrimo pastan como si no hubiera un mañana, rumian hierbas altas como lanzas, beben agua fresca, mugen ecos disonantes mientras buscan la sombra de los samanes cuando el sol castiga. El mayoral y la cuadrilla ensillan las bestias para arrear el ganado y avivar la faena. Una marca de hierro las distingue, no solo para evitar el robo por parte de cuatreros, sino para reconocerlas entre otras de su especie: le pertenecen a alguien. Y Él controla su productividad.

A pesar de que a todas las espera el matadero, siguen ahí, imperturbables, como quien desconoce su destino, dominadas por el amo que cuida su seguridad para que ellas puedan seguir rumiando, produciendo. Comparten la alfombra de la sabana con las garzas ganaderas y, de vez en cuando, agitan la cola para espantar la modorra y las moscas que interrumpen la serenidad del engorde.

Si enferman, un veterinario acude. Las desparasita, las vacuna.

El patrón cuida su rebaño, resuelve todos sus problemas para que rumie tranquilo y produzca. Y ni se mosquee.

La estación de policía La Candelaria ocupa una manzana entera de la comuna 10 de Medellín: 293 internos, 71 condenados, 213 sindicados. El porcentaje de hacinamiento actual es de 392 %. 112 contagiados de covid-19 estuvieron aislados en la Pequeña Manzana; las autoridades afirman que ya no hay casos activos. En otras estaciones transitorias de reclusión permanecen 164 infectados.

El 15 de octubre de 2019, la Corte Suprema de Justicia le dio un plazo de seis meses a la Alcaldía de Medellín para presentar un programa de creación de una cárcel metropolitana que atienda los detenidos (de carácter “preventivo” y “transitorio”) del Valle de Aburrá. En estaciones como La Candelaria, los servicios sanitarios, las frazadas y las camas nunca son suficientes. Los internos comparten la losa sobre la cual duermen con hongos, chinches, cucarachas, pulgas. La administración municipal les ha entregado “kits de aseo”.

¿... Llevo el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa...?

En el destino de los descastados, el matadero espera a la vuelta de la esquina. La única marca que llevan es la de la violencia, de sus ancestros, de sus descendientes.

¿Dónde están el dolor y la indignación, a pie o en carro o con cacerolas, por estos seres deshumanizados, hacinados, podridos en vida?

(“La columnista confunde peras con manzanas”. Peras y manzanas son frutas; detenidos invisibles y expresidente, seres humanos).

El dolor es por naturaleza selectivo. El dolor puede llegar a definirnos como individuos, pero también como sociedad. ¿Habrá derecho a juzgar el dolor ajeno?

“El dolor calculado no existe. Si esta señora en realidad sufriera, esas no serían las palabras, parece más un trabajo para una clase de español. Yo no tengo mayor estudio, pero de sufrir sí sé”, dijo Luz Marina Bernal, madre de Soacha, sobre el comunicado de Lina Moreno de Uribe.

Hay dolores que conmueven y otros que perturban: “Todo es política”, dijo Thomas Mann. O Scott Fitzgerald. O Sándor Márai. O un conductor de taxi. La justicia literaria, como la callejera, es de libre destinación.

La marca del hierro convirtió en rebaño lo que alguna vez pudo ser comunidad.

Ana Cristina Restrepo Jiménez

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