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Columnistas | PUBLICADO EL 28 diciembre 2020

HASTA NUNCA, 2020

Por Elbacé Restrepoelbaceciliarestrepo@yahoo.com

¿Cómo empezar? No sé qué decir para despedir este año anormal que nos quitó autonomía y libertad; que nos apartó de los seres queridos, algunos para siempre; que nos ocultó la sonrisa y en miles de casos afloró las lágrimas. Un año de ganancias o pérdidas, de aprender unas cosas y desaprender otras, y para muchos, un dolor de cabeza que se agudizó en la convivencia diaria, en las finanzas, en el estado de ánimo, en el miedo a caer enfermos o morir. Un año que hizo mella en la salud mental de mucha gente. Un año que, a la maldita sea, nos ayudó a ser conscientes de la importancia del autocuidado y la solidaridad, pero también reafirmó que el egoísmo conserva su trono en la condición humana. Un año muy raro, en todo caso.

Pero aquí vamos, dispuestos a cantar “año nuevo, vida nueva”, porque culturalmente el fin de año se ha asociado también con la idea de que todo termina y todo vuelve a empezar.

Cuentan los registros históricos que la primera celebración para despedir un año ocurrió en Mesopotamia en el año 2000 a. C., entre los meses de marzo y abril, que era el inicio de la primavera y con ella, el inicio de las siembras. La fiesta se llamaba Akitu, y consistía en doce días de jolgorio para recibir el año nuevo con abundancia, amor y fecundidad.

En el año 46 a. C., el emperador Julio César encargó a algunos astrónomos que establecieran un nuevo calendario, pues el viejo, por los ciclos inconstantes de la Luna, desfasaba las estaciones. Eligieron el 1 de enero para recibir el año nuevo y se inventaron las Saturnales, unas fiestas en honor a Saturno, dios de la agricultura, que combinaba celebración navideña, entrega de regalos, banquetes extraordinarios y licor en cantidades industriales entre el 17 y el 23 de diciembre.

En 1582, el papa Gregorio XIII reformó nuevamente el calendario y desde entonces hasta nuestros días, se mantiene la tradición de despedir el año viejo el 31 de diciembre y darle la bienvenida al nuevo el 1 de enero.

Tal vez sea la fiesta más universal de todas y, con pequeñas variaciones, se celebra igual en todas partes. Fueron los romanos los que nos dejaron tradiciones y agüeros que se siguen usando para atraer la buena suerte: estrenar pinta; llenar un bolsillo de plata y otro de lentejas, para la abundancia; tragarse doce uvas pidiendo un deseo con cada una; usar ropa interior amarilla y la ultra reconocida vuelta a la manzana con una maleta, para los viajes, pero esta vez aplican condiciones y restricciones por la covid-19 y sus nuevas cepas.

Este año, incluso con las limitaciones decretadas, no faltará quien queme el muñeco de año viejo que, además de los políticos de siempre, muy seguramente estará representado por el coronavirus como el “personaje” nefasto del año.

De mi parte, sin agüeros, un deseo desde mi corazón: que algún día vuelvan los abrazos y los besos. Que podamos desnudar de nuevo la sonrisa y que la ilusión de un mejor mañana jamás nos abandone. ¡Salud y feliz año Nuevo!

Elbacé Restrepo

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