Pico y Placa Medellín
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No es que no esté el palo para hacer cucharas, sino que sabemos muy bien de los riesgos y limitaciones que rodean estas jornadas en las que en algo se transforma el paisaje urbano.
Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co
Ni riesgos de asumir la penosa condición de aguafiestas. La gente de nuestra agobiada ciudad, la gente agobiada de nuestra ciudad, tiene derecho a sentir que disfruta durante una semana de espectáculos y festejos alegres, simpáticos, hechos con entusiasmo y legítimo interés de lucimiento por una gran variedad de artistas, promotores culturales, profesionales del buen ánimo y demás. Pero hay que gozarse esta nueva Feria de las Flores con razonable cuidado, con prudencia y cautela. No es que no esté el palo para hacer cucharas, sino que sabemos muy bien de los riesgos y limitaciones que rodean estas jornadas en las que en algo se transforma el paisaje urbano. Los bloqueos viales y la inseguridad son dos inconvenientes muy graves.
Desde mayo de 1957, cuando empezó la Feria, pocos días antes de la caída del régimen del general Rojas Pinilla, Medellín ha dado muchos saltos o brincos en su discurrir social, económico, político y cultural. Ni se diga, en el gobierno del municipio. En aquella primera versión había más aire de pueblo grande que de ciudad. En lugar del Desfile de Silleteros hubo una espléndida muestra de flores y silletas en el parque de Bolívar. El desfile comenzó años más tarde y recorría por La Playa, desde el Pablo Tobón, ante la admiración de miles y miles de personas que llenábamos las aceras, siempre noveleros y curiosos, fieles a una de las características de los medellinenses.
Se armaron tablados populares en los que se presentaron agrupaciones artísticas. A los vecinos de San Benito y la Plazuela de Zea nos tocó soportar más que disfrutar una serie inusitada de trasnochos con la música bien caliente y de doble sentido de una orquesta espantosa, que repetía hasta los amaneceres una canción vulgar y ramplona titulada El ratón. Antes de media noche mejoraba la función la presencia del entonces famosísimo cantante llanero Luis Ariel Rey, cuya voz llenaba el espacio con temas como El gavilán pío pío, Ay sí sí... No podía faltar el imborrable joropo Carmentea, del maestro Miguel Ángel Martín, dedicado a Carmen Teresa Aguirre, bella mujer del Llano: “Tu cuerpo de palma real, tus labios de cora cora y ese cabello tan negro del que mi alma se enamora”. Fue la primera Feria para el vecindario del extinguido San Benito, todavía muy reciente el cubrimiento de la quebrada Santa Elena que dio paso a la avenida de La República.
La Feria de las Flores es uno de los símbolos de la Medellín querida. De algún modo sigue la tradición de ocho siglos de los carnavales como factores de integración social, de pausa jovial para retomar ánimos y renovar el cariño por la ciudad. Sí hay que tomar precauciones razonables: No andar en carro particular porque los tacos son descomunales y torturantes, no dar tiro con las billeteras y demás pertenencias porque los rateros estarán alborotados. Si hubiera una gestión eficiente de la administración, sería distinto. Gozar la Feria, con cautela.