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Por Federico Arango Toro - fedearto@icloud.com

El ocaso de la razón pública

Durante décadas, la democracia se ha construido y reeditado de manera dinámica a través del diálogo entre partidarios y contradictores.

hace 21 horas
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  • El ocaso de la razón pública

Por Federico Arango Toro - fedearto@icloud.com

La democracia, en su esencia más profunda, no es solo un mecanismo electoral o la suma de instituciones y normas de tipo formal. Es, ante todo, cultura política basada en deliberación y confrontación de tesis, pero partiendo del reconocimiento del otro como interlocutor válido y de la aspiración compartida de construir acuerdos por el bien común desde las diferencias individuales. Sin embargo, esta premisa fundante de la democracia moderna, conocida en filosofía política como la razón pública, se encuentra hoy bajo una amenaza harto penetrante.

Durante décadas, la democracia se ha construido y reeditado de manera dinámica a través del diálogo entre partidarios y contradictores. Ese proceso virtuoso de discusión franca y abierta, cuyo linaje se remonta hasta los grandes filósofos griegos, la han legitimado, consolidado y hecho capaz de adaptarse a diversos y cambiantes contextos, permitiéndole, como esencia, poseer alto contenido ideológico y moral. No obstante, a partir de finales del siglo XX, y de manera mucho más acelerada con la expansión de la digitalización, el mencionado diálogo ha venido desapareciendo. Los que otrora fueron espacios de deliberación, hoy son reemplazados por la interacción instantánea y fragmentada que se da en las redes sociales. Allí, más que desarrollar o cimentar ideas a partir de la conversación pública, se forman bandos enfrentados que reaccionan emocionalmente, con el gesto mínimo y efímero de un ‘like’ como única expresión política. La figura del foro cívico ha sido sustituida por la trinchera ideológica.

Las redes digitales, celebradas inicialmente como nuevas ágoras de participación ciudadana, han terminado por vaciar de contenido la conversación pública. El debate ideológico ha sido sustituido por la consigna viral y, con él, la reflexión por la reacción, la militancia crítica por el fanatismo instantáneo, los partidos políticos por agrupaciones de conveniencia u oportunismo electorero, etc. Así, los ciudadanos, cada día actúanos menos como sujetos deliberantes y más como seguidores emocionales, entregados al ciclo vertiginoso de la adoración o la bronca tipo barras bravas.

El filósofo Michael J. Sandel, profesor de Harvard, reconocido en temas de cultura política y autor, entre otros, del libro El Descontento Democrático, advierte que la verdadera amenaza a nuestras democracias no proviene de la ausencia de elecciones, sino del agotamiento del discurso público. En sus tesis está que la democracia no requiere que todos estemos de acuerdo, pero sí que haya respeto y escucha mutua. Esta doble exigencia, elemental pero hoy olvidada, ha sido sofocada por el ruido de la emocionalidad viral.

Pero el problema no es que se exprese entusiasmo o fervor, los cuales siempre han sido parte del proceso político, sino que desplacen el buen juicio como criterio prevalente. Esta nueva arena política virtual también ha provocado distorsión en el alcance temporal del pensamiento y acción política, reduciéndolo del medio o largo plazo a lo más contiguo o cercano. La lógica de construir cede por la de reaccionar al instante. Nuestra democracia requiere volver a ser espacios de conversación, donde impere la razón pública. Lo lograremos entre todos, empezando por ser conscientes que con el reduccionismo de los “Me gusta” no participamos en democracia; más grave, la envilecemos.

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Por Federico Arango Toro - fedearto@icloud.com

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