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Antes de referirme al tema central de esta columna, sería imperdonable no unirme al sentimiento del mundo entero por los sucesos en la Catedral de Notre Dame. No sólo se trataba del centro católico de París, además era el centro geográfico de esta ciudad y de Francia. De allí partía la nomenclatura de las calles de la capital francesa. Allí fueron coronados los reyes franceses y allí fue beatificada Juana de Arco. Napoleón fue coronado como emperador en este centro religioso. En este templo está concentrada la historia de más de ochocientos años de Francia. Dios quiera que se pueda recuperar ese monumento histórico de la humanidad.
El tema que hoy nos vuelve a ocupar es el cultivo de coca y la producción y exportación de cocaína. Todavía hay colombianos que se rasgan las vestiduras cuando se habla de la necesidad de asperjar con glifosato, ante el crecimiento incontrolado y propiciado por los grupos subversivos que inundan, como la droga, el país. Disidencias o grupos organizados, pero todos por igual comprometidos en ese delito, sin olvidar el que todavía la JEP no ha podido encontrar la fecha de la exportación de diez toneladas de cocaína.
Pero, a pesar de la oposición de muchos mamertos a la aspersión con glifosato, estaba previsto hasta en las conversaciones de La Habana. Transcribo un párrafo del libro “Revelaciones al final de una guerra” de Humberto de la Calle Lombana, jefe de la delegación de negociadores del gobierno del funesto Juanpa –como le gusta que le digamos–.
En la página 182, segundo párrafo, del libro mencionado, se lee: “En los casos donde algunos cultivadores incumplan con sus compromisos o no quieran participar en el Programa, el gobierno erradicará los cultivos de manera forzosa y manual. Y se señala que, en los casos excepcionales, donde ni siquiera sea posible la erradicación manual porque las circunstancias no lo permiten -cosa que esperamos que no ocurra en un escenario de fin del conflicto-, el Gobierno se reserva la posibilidad de recurrir a la aspersión”. Resalto la almendra del tema. No queda duda, entonces, de que hasta en La Habana plantearon la necesidad de asperjar con glifosato cuando las circunstancias no permiten la erradicación manual. Hoy no se puede erradicar en forma manual, van casi doce mil muertos por causa de las bombas antipersonas en estos años de producción criminal de coca. De ellos, más del sesenta por ciento son militares en cumplimiento de ese deber. Esos muertos muestran a las claras el impedimento para seguir con la criminal erradicación manual.
En el caso que siga la terquedad criminal de los mamertos y se siga erradicando en forma manual, lo justo, lo correcto, es que esa labor la hagan los guerrilleros que las sembraron. Ellos saben dónde las enterraron, cómo las fabricaron y cómo se activan. Con ese conocimiento, son ellos los indicados para buscarlas, desenterrarlas y desactivarlas. Por otro lado, también es justo que sean remunerados por esa labor. Se les debe pagar lo mismo que gana un soldado por trabajar sin el conocimiento que los otros sí tienen en tan delicada y peligrosa labor.