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El turismo no

es el camino al desarrollo

La precariedad laboral suele caracterizar los mercados laborales del turismo: los trabajos que genera masivamente el turismo son poco calificados y de bajos ingresos.

26 de septiembre de 2023
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  • El turismo no es el camino al desarrollo

Por Javier Mejía Cubillos - mejiaj@stanford.edu

Latinoamérica tiene un potencial turístico gigantesco. Muchos ven ahí el mecanismo a través del cual la región podrá terminar, finalmente, con su penoso rezago económico. Creo que esta expectativa es equivocada por dos grandes razones y hoy quiero hablarles de ellas.

La primera razón es que el turismo no suele promover la consolidación de un aparato productivo diverso o robusto. Los siguientes aspectos ilustran el porqué:

1. El turismo es terriblemente sensible a los ciclos económicos: el consumo que más prontamente interrumpen las familias ante un deterioro en sus ingresos es el turismo. Así, se están engañando quienes ven en este sector una solución a la alta volatilidad que la dependencia a la exportación de materias primas ha traído a la región.

2. La precariedad laboral suele caracterizar los mercados laborales del turismo: los trabajos que genera masivamente el turismo son poco calificados y de bajos ingresos, por ejemplo, meseros, recepcionistas, conductores. Estos, además, no suelen ser trabajos con altos prospectos de crecimiento profesional. No lo son, en parte, por la temporalidad de la actividad turística. La mayor parte de la demanda turística se concentra en unas pocas semanas del año, como en las vacaciones. Así, por meses enteros, la mayoría de aquellos puestos de trabajo ni siquiera existen.

3. El turismo tiene pocas economías de escala a nivel de firma: a diferencia de negocios como el tecnológico, en el que es posible ampliar con rapidez la oferta esencialmente con la misma capacidad instalada, en el turismo la escala está profundamente limitada por las condiciones espaciales de las atracciones turísticas. Así, aunque quisiéramos satisfacer la demanda de las decenas de millones de personas con capacidad de pago y deseo de visitar los sitios arqueológicos prehispánicos del Perú, realmente no podemos —e incluso si pudiéramos, quizá no deberíamos— hacerlo. Esto importa, ya que describe la baja probabilidad de generar mercados que crezcan exponencialmente y, por tanto, acota el dinamismo efectivo del sector en el largo plazo. La segunda razón por la cual deberíamos ser escépticos del potencial de desarrollo del turismo tiene que ver con los impactos que este genera en el bienestar de las personas. Aquí debe pensarse en lo siguiente:

1. El impacto ambiental del turismo es gigantesco: lo es a nivel global, puesto que el transporte de personas, sobre todo el internacional, tiene huellas de carbono monstruosas. Quizá más grave para los países huéspedes es que el turismo también tiene un profundo costo ambiental a nivel local. Un destino turístico exitoso puede multiplicar por varias veces su población durante temporada alta. Y la mayoría de los turistas tienen pocos incentivos para proteger el medio ambiente local, puesto que no disponen de mucho tiempo o atención y su prioridad es divertirse. Todos estamos familiarizados con playas y plazas mugrientas en destinos de alto turismo.

2. El turismo tiene un impacto cultural profundo: es claro que la cultura cambia permanentemente y juzgar la bondad de aquellos es difícil. Sin embargo, que una población vea rápidamente transformada sus formas de vida por influencia externa es algo que, al menos, debería verse con inquietud. Por ejemplo, el aumento en los costos de la finca raíz en lugares cuyo potencial turístico es explotado suele forzar a locales a mudarse fuera de los centros de las ciudades. Similarmente, los propósitos de entretenimiento de los turistas tienden a promover la proliferación de la prostitución, el juego, y las drogas. Y aunque estas actividades pueden ser legales —y, en algunos casos, también aceptables moralmente— suelen ser realmente incómodas para la población local.

3. Regular la actividad turística es bastante difícil: contrario a otras actividades que generan externalidades negativas, como la extracción de hidrocarburos o la pesca marina, limitar efectivamente los impactos del turismo no es posible a través de la regulación a los productores. Una vez pasan la frontera, los turistas tienen amplia autonomía en su comportamiento y poco pueden hacer los hoteles, compañías de viajes, o empresas de transporte para controlarlos. Esto dificulta la intervención estatal no solo porque los turistas son muchos, sino porque, por definición, son altamente móviles. Ellos acostumbran a llegar a un país sin conocer bien las normas locales y suelen irse antes de que sea posible identificarlos y penalizarlos si las incumplen. Y aunque muchos confían en la posibilidad de generar un sector basado en pocos turistas bien comportados, de muy altos ingresos, cuyo interés sea el turismo ecológico y cultural de alto valor, esto resulta poco factible en la mayoría de los casos. En particular, los destinos del trópico con amplia población joven, como la mayoría de Latinoamérica, normalmente atraen la demanda opuesta: turistas jóvenes de ingresos medios o bajos y con gran apetito fiestero.

Esta reflexión no quiere decir que debamos prohibir el turismo. Todas las actividades económicas traen costos. Emprenderlas es justificable por los beneficios que generan. El turismo, en ese sentido, no es diferente. Es claro que los beneficios que trae superan abundantemente sus costos en ciertos territorios a ciertos niveles de actividad. Lo que propongo es evaluar juiciosamente esta relación costo-beneficio a nivel agregado. Aquello hará evidente que reposar en él nuestras esperanzas de desarrollar la región es, cuando menos, ingenuo; cuando más, irresponsable.

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