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Empiezo el año leyendo el libro Los Bienaventurados de la escritora española María Zambrano (1904-1991), que me regaló hace mucho tiempo el siempre recordado maestro y amigo Alberto Aguirre Ceballos (1926-2012). Es un pequeño volumen que me hizo llegar por mano de Aura López en su reconocida librería Aguirre. Sabía que me iba a gustar. En homenaje al maestro ya fallecido suelo releer el volumen en los primeros días del año. Me sirve para apacentar reflexiones sobre la vida y sobre la muerte (la de él que ya fue y la mía que ha de ser), sobre el tiempo y la eternidad (la de él, que ya es, y la mía, que será).
“La sierpe de la vida” se titula el primer capítulo del libro de Zambrano. Y que me inspira o, mejor, me incita a escribir esta primera columna de 2022. Trascribo algunos apartes finales de este luminoso ensayo en el que la filósofa española se adentra hacia el punto inviolable del ser donde se inicia el crecimiento de toda vida. A partir de ese punto vital, la “vida-sierpe” rapta, se escurre, se retuerce en la búsqueda de manifestaciones en el espacio, desde la vida vegetativa hasta el límite de la conciencia que puja gozosa y dolorosamente por trascender hasta el reencuentro con la plenitud del ser.
“Implica el sacro relato del Génesis”, conceptúa Zambrano, “la generación del tiempo que no se hace explícita. ¿Coetáneo de la palabra creadora o su consecuencia, condición que el acto creador puso en todo lo creado? Separación y juntura, quicio el tiempo. Quicio del girar de la creación ya en el proceder mismo de la creación: un día, otro..., seis, uno más, reposo divino dejada ya la obra de sus manos. Y dos cualidades del tiempo cualitativas ya marcadas: tiempo sucesivo en que unas cosas, una criaturas surgen y después otras, la procesión primera que acaba, finitud; un día distinto de retorno: la quietud, retirada del creador sobre sí mismo, subsistencia tras de la entrega. Un día, ¿o simplemente el día más allá de la procesión del tiempo?”.
Es bella la densidad de lenguaje de María Zambrano. Pero es, ni más ni menos, lo que se siente en estos días en que al empezar el año vivimos el misterio del tiempo. Se respira el aroma de la vida. El pasado y el futuro se juntan (“quicio el tiempo”) en este hecho de estar vivos, que no es simplemente no estar muertos, sino hacer parte de la vida.
Para concluir, un texto más de la escritora: “El tiempo eje, quicio, mediador, guardará la huella de esa vuelta, de ese retirarse hacia adentro, diríamos los mortales. Y así la vida, toda la vida, seguiría la procesión del tiempo creador, sucesión de fatigas en la vida de acá que conocemos, para acabar. Y luego esa retirada, esa calma del creador en lo creado, sería a través de la muerte, entrada en la quietud primera. Mas eso si s mira solamente el cesar de la fatigas del viviente...”