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Si bien es cierto que se debe respetar la vida privada del ser humano, existe también la excepción cuando como Jefe de Estado compromete con sus misteriosas conductas la dignidad de la Nación.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Contabiliza EL COLOMBIANO los desplantes y desapariciones del presidente Petro en su primer año de gobierno. Con rigor cronológico enumera los 80 casos de su recurrente impuntualidad.
Ha dejado plantados, en hechos que constituyen una falta de respeto y consideración, a sus colegas mandatarios, a organismos internacionales, a magistrados de las cortes colombianas –a quienes dejó con los platos vacíos en la cena a la que los había invitado–, a gobernadores y alcaldes, a ciudadanos de a pie. Esas ausencias, violación de sus compromisos de Estado, constituyen también un desprecio, signo de su arrogancia y vanidad.
Cuando sale en su avión, al llegar a su destino se pierde entre las penumbras. En sus viajes internacionales ni siquiera va a posar para la tradicional foto con sus colegas que es el final de la opereta. Una conducta escapista que da pie para toda clase de especulaciones y comidillas.
¿Para dónde coge? Es un misterio. Se esfuma como cualquier espectro. En Egipto se perdió. No siguió aquella buena estrella de los Magos que de allí partieron para llegar al sitio en donde estaba su razón de ser. Faltó al acto final de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático y dejó plantado al presidente francés Macron.
En París, la Ciudad Luz, se escabulló en la oscuridad. Dejó tirados en el asfalto a los periodistas que cubrían el periplo. Subestimó la importancia de la reunión que allí se efectuaba para llegar a un nuevo pacto financiero mundial. Dicen las malas lenguas que en la bohemia parisina, encontró su nido. Tiene la facultad de desaparecer y aparecer cuando la película ha terminado.
Si bien es cierto que se debe respetar la vida privada del ser humano, existe también la excepción cuando como Jefe de Estado compromete con sus misteriosas conductas la dignidad de la Nación. La semana pasada fue en el Brasil. Allí lo esperó infructuosamente su compadre Lula da Silva para la foto de la Cumbre de la Amazonia.
Todos los presidentes que tienen que ver con el tema aparecieron sonrientes rodeando a Lula en la llamada foto de familia. Ausencia del presidente colombiano. ¿Dónde estaba el gran pasajero del 001 de la FAC qué dejo a su comitiva por espacio de 14 horas plantada al pie del avión para su regreso a Bogotá? ¿En algún sitio de garotas y música de samba de las muchas que ofrece el país de la diversión y el erotismo?
Mientras siga incumpliendo los compromisos de Estado, atizando discordias en vez de sentarse a gobernar, perderá respeto como mandatario de los colombianos. Y seguirán brotando versiones, reales o inventadas, sobre las razones de sus ausencias. Se malogrará la dignidad presidencial con tantas cábalas deshonrosas que refuerzan el convencimiento o imaginario de que su salud no es buena. Abundarán las incertidumbres entre sus amigos como las dudas y certezas en sus opositores acerca de sus inclinaciones al consumo de sustancias tóxicas que ya estarían afectando su organismo para impedirle el normal cumplimiento de su agenda y gestión de gobierno.