viernes
0 y 6
0 y 6
Silvia, Gilberto y un hijo adolescente que por ahora estudia, conforman una familia muy pobre del barrio Bello Oriente de Medellín. Ella padece esquizofrenia y epilepsia; son desplazados de Abejorral y ambos tienen un pasado trágico: A él, la guerrilla le asesinó a su madre en su presencia siendo muy pequeño. Ella fue abusada por hermanos y otros familiares, que también son esquizofrénicos, cuando contaba apenas 10 años. No tienen ingresos, pues por sus condiciones de salud, Gilberto cuida a Silvia, que no puede permanecer sola por las crisis de sus enfermedades y por los constantes ataques de ignorantes que la maltratan, le gritan loca y se burlan de ella hasta desequilibrar su ya muy frágil estado mental. Desde hace casi dos años (sobre)viven de cuenta de la parroquia del Señor de las Misericordias, en Manrique, perteneciente a la comunidad de los Carmelitas Descalzos. De allí salen unos pocos recursos para gastos de salud, transporte, alimentación, servicios públicos y reparación de vivienda, si es que se le puede llamar vivienda a un rancho de tablas y paredes de plástico que cada tanto se cae como un juego de Jenga.
Pero no se trata de pedir plata en este artículo, sino de reclamar atención y acción de la Administración Municipal, cuya desidia duele: No ha sido posible que la Secretaría de Inclusión se apersone del caso. Luego de tocar sus puertas y repetir la historia muchas veces, lo único logrado en este tiempo han sido dos mercados básicos y 20 mil pesos salidos de un bolsillo particular. Los mandan de una entidad para otra, como la papa caliente que nadie quiere coger, sin recibir la ayuda de largo aliento que requieren en ninguna parte.
Y vino a mi mente New Ámsterdam, una serie que por estos días engalana la lista de las más populares en Netflix, sobre lo que se vive a diario en el hospital público más antiguo de Estados Unidos. Hay personajes relevantes en la historia, pero el de Max Goodwin, el director médico, es inolvidable. Además de lindo, humanista, carismático y proactivo, siempre tiene una pregunta en sus labios: “¿Cómo puedo ayudar?”, un lema del que logra contagiar a su personal. Y aunque no gana todas las batallas, no se da por vencido. Tampoco se conforma con delegar, no abandona la causa sin agotar todos los recursos, no le pasa por la mente lavarse las manos ni mucho menos dañar lo que funciona.
Colombia sí que necesita funcionarios como “superMax”: amables, amorosos, asertivos, dedicados, generosos, apasionados y firmes en su propósito de ayudar a los otros. Que cuando la decisión esté en sus manos, la tomen. Y que cuando no, inicien un conducto regular efectivo para llegar a ella, sin rendirse ante la primera puerta cerrada.
Se supone que la Secretaría de Inclusión vela por la protección, restitución y garantía de los derechos de los diferentes grupos poblacionales para el mejoramiento de su calidad de vida. Pues esta familia necesita de ella mucho más que una limosna. Si se preguntan cómo pueden ayudar, encuentran la manera. Porque de nada sirve el poder sin corazón