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Por Elizabeth Drew
La decisión que enfrentan los demócratas de la Cámara de Representantes sobre si proceder con una impugnación al presidente Donald Trump es más difícil y consecuente de lo que sugiere la discusión al respecto. Los argumentos ofrecidos por los líderes de la Cámara, en particular la presidenta Nancy Pelosi, en su contra, son comprensibles, incluyendo que el juicio político podría invitar a una pelea partidista desgarradora; hacer que el partido sea vulnerable a la acusación de que está obsesionada con anotar puntos contra Trump; y distraer a los demócratas de centrarse en una legislación de mayor interés para los votantes.
Pero los demócratas también correrían enormes riesgos si no votan a favor de obligar que un presidente tome responsabilidad por claramente abusar del poder y la Constitución, quien no ha respetado el juramento y quien ha tenido una ola de asistentes de campaña y la Casa Blanca declararse culpables o ser condenados por crímenes.
El argumento de que la Casa Demócrata no podría centrarse en una legislación sustantiva es el razonamiento más débil. Lo hizo en 1974 mientras el Comité Judicial de la Cámara estaba considerando la impugnación de Richard Nixon.
Varios demócratas quieren evitar dar la impresión de que están persiguiendo la impugnación -Dios mío!- al mismo tiempo que varios comités tratan de exponer las declaraciones de renta de Trump, sus negocios y si sus intereses financieros guiaron algunas de sus políticas exteriores, cualquiera de las cuales podría hacer más improbable la impugnación, tal vez inevitable.
El presidente y sus aliados alegan que el país está “cansado” de investigaciones, que suena bastante como Nixon y sus aliados cuando sostuvieron que el público estaba cansado de “dar vueltas sobre Watergate” -como si ese fuera el criterio definitivo para decidir si proceder o no con una responsabilidad constitucional. Algunos demócratas aún le temen a Trump, incluso en su condición debilitada: se preocupan porque su habilidad para lanzar bolas de escupitajos y asignar apodos humillantes, y su entusiasmo por la pelea, pueda terminar en su fracaso para ganar una pelea de impugnación. Algunos también dudan, con razón, de la capacidad de su partido para manejar el asunto con habilidad.
Claro que el enfoque hacia lo que harán los demócratas no absuelve a los republicanos de toda responsabilidad.
Pero para actuar, probablemente deben primero concluir que él también es un grave peligro para su partido y que pueden oponerse a él sin demasiado riesgo político para ellos mismos. No han llegado a eso todavía. Pero aunque el Senado controlado por los republicanos no vote para remover a Trump, una declaración por parte de la Cámara que indique que el presidente ha abusado de su cargo es preferible a silencio total por parte del Congreso. Los republicanos tendrán que enfrentar la acusación de que protegieron a alguien que sabían era un hombre peligroso en la Casa Blanca.
El reto principal que enfrentan los demócratas es que tendrán que responder ante la historia. Los fundadores incluyeron la cláusula de la impugnación en la Constitución para permitir que el Congreso haga tomar responsabilidad a un presidente que está abusando del poder. Especificaron que “altos crímenes y pequeñas ofensas” no necesariamente son crímenes en los textos, pero surgen del poder singular de la presidencia.
Claro que políticamente es más fácil perseguir a un presidente por haber cometido un crimen, por ejemplo, perjurio, por el cual el presidente Bill Clinton fue ostensiblemente acusado. Pero eso se debió a que los republicanos de la Cámara de Representantes no querían decir en voz alta a por qué iban a perseguirlo realmente: sexo extramarital con una practicante en el estudio del lado de la Oficina Oval.