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El divorcio geopolítico más amargo de los últimos años llegó a su fin. Tras más de cuatro años de negociaciones el Reino Unido terminó, finalmente, el periodo de transición para abandonar la Unión Europea gracias a un Brexit que, aun tremendamente complejo, evitó lo que hubiera sido una catastrófica salida sin acuerdo. La nueva realidad tendrá que tomar al viejo continente, sin Londres, como motor del multilateralismo en una época en la que los nacionalismos no dan tregua y Estados Unidos busca reacomodar sus fichas tras el terremoto que significó Donald Trump.
Aunque los caminos divididos apenas comienzan y los alcances son impredecibles, los ciudadanos de la Unión y los británicos necesitarán iniciar algunos procesos burocráticos que por décadas fueron innecesarios, como visados para estadías largas y de trabajo, pasaportes vigentes por varios meses en el momento del viaje, límite en los productos que se pueden comprar para llevar al lugar de origen o el pago de algunos aranceles por parte de los ciudadanos del Reino Unido cuando lleguen a Europa continental.
Pero el gran cambio será el nuevo enfoque político y económico de las partes. Bruselas sabe que sin Londres y con un Washington cabizbajo tendrá una mayor movilidad para adentrarse en acuerdos económicos con China y otros países de Asia en proceso de expansión. Así consolidarán un bloque que sea realmente efectivo entre los miembros para ayudarse en momentos de crisis como el actual, impulsado por una pandemia que no cede.
La segunda década del siglo XXI será el periodo en que la Unión Europea demuestre las posibilidades de un proyecto político, económico y social que sufrió un golpe en la mandíbula en el 2016 con el referendo británico. Paradójicamente, y aunque aún queda todo por demostrar, la partida de uno de sus soportes fundamentales produjo en los líderes franceses y alemanes e igualmente en los miembros más débiles, una especie de sentimiento de adhesión y lucha conjunta particular.
El europeísmo, frente a la cachetada inglesa, se siente ad-portas de una nueva era. Y el primer reto de esta etapa está allí y es inmenso: la vacunación contra el covid-19 de toda la población europea. El plan de inoculación y la forma en la cuál se manejen las dosis, de forma equitativa y ordenada, sin desmedro de las naciones frágiles, será un diagnóstico de la nueva cara del viejo continente. Y del alcance de su renovación