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Columnistas | PUBLICADO EL 23 noviembre 2021

El hombre que escuchaba a las mujeres

Por Elvira Lindo

Volvíamos a Madrid del Festival Literario Cuéntalo, en Logroño. Conducía Luis Landero y nuestro GPS respondía al nombre de Mercedes, una señorita que se reveló tan amable como retorcida, porque a la primera de cambio nos desvió de la ruta y nos vimos perdidos por carreteras inhóspitas de una España bastante vacía.

De todo hablamos. Charlamos, por ejemplo, sobre los clubes de lectura, esos vigorosos encuentros que se han convertido en células de aprendizaje. Lo que se siente, cuando eres invitada a uno de ellos, es que entras en un club privado y selecto en donde antes de tu presencia se ha celebrado un acercamiento inusual a la literatura. Habitualmente los conforman mujeres: ellas compran los libros, ellas hacen por reunirse, ellas los comentan. De vez en cuando, uno o dos hombres se unen, pero es algo excepcional. Las mujeres leen de todo, no se guían por el sexo de quien escribe; los hombres tienen una reticencia, no sé si inconsciente, a entregarse a argumentos que consideran femeninos, desconfían.

Esta misma semana leía sobre un libro, “Wonderworks”, del neurólogo Agnus Fletcher, que ha analizado de qué manera 25 argumentos de la literatura de todos los tiempos, de Homero a Elena Ferrante, afectan nuestra forma de pensar, no solo a través de la pura identificación con personajes que se nos parecen, sino al generar empatía con quienes nos resultan ajenos. Aceptando que la ficción flexibiliza nuestras conexiones neuronales, ¿cómo no pensar que los hombres y las mujeres nos acercaríamos más, en este momento de relaciones conflictivas, si ellos confiaran en la literatura escrita por una mujer? Si, además de eso, compartieran su opinión con otras personas, si se dieran cuenta de que es una buena forma de relacionarse y de autoconocimiento, tal vez vencerían esa rigidez. Decía Martin Scorsese que jamás tuvo con su padre conversaciones íntimas, pero que a través de los argumentos de las películas de los que ambos eran devotos consiguieron decirse muchas cosas que la vergüenza les impedía compartir.

Cuando escribes un artículo de opinión política acuden los hombres a las redes, excitados por un buen anzuelo, opinando con pasión y a veces sentando cátedra, como si se movieran por un planeta del que conocen su orografía y en el que tú eres una extranjera. Cuando el asunto es cultural, ay, muchos de ellos se desvanecen y entran las mujeres en tromba para tomar nota de nuevas lecturas, para añadir otras, ficción literaria, series, cine. Aviso, no hay ningún resentimiento en lo que digo; al contrario, me pregunto por qué esta inercia no cambia, por qué resiste ese desdén dieciochesco hacia las mujeres y sus novelitas. Puede que nos hagan falta más Landeros en las aulas, hombres que se acerquen a las mujeres sin reticencia y con curiosidad. Cuando las mujeres identificamos un ejemplar así, un hombre abierto a escucharnos, es lógico que lo veneremos

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