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El pueblo entusiasmado eligió a Petro, el candidato de ese sufrido pueblo, el que prometía el cambio para, con los ahorros, beneficiar a los más necesitados. Era el defensor del pueblo, de la austeridad, opositor a los lujos. En resumen, sería del pueblo y para el pueblo.
No habíamos visto un conglomerado, un pueblo, tan lleno de lujos como ahora nos hemos dado cuenta. El colombiano de a pie goza de los mayores boatos si consideramos lo que es el ejemplo de un presidente que propone la austeridad, que rechaza la opulencia, que dice vivir como un ermitaño, pero rodeado de lo más elegante, fausto y costoso. Los electores se han llevado la sorpresa de haber elegido a un presidente que, desde el principio de su mandato, ha mostrado su amor por el dinero, por lo más notable, lo más costoso y la magnificencia sin fronteras.
Gastaron ciento setenta y dos millones para dotar la casa presidencial, su residencia, con lo más caro y lujoso que encontraron. Por ejemplo, un televisor de 85 pulgadas (dos metros con quince centímetros). Una exageración para una casa que quiere aparentar ser modesta. Sábanas para las camas con unas telas de 500 hilos (hilos tan finos y delgados que caben 500 en un centímetro), almohadas y cojines de plumas del pecho de ganso, lo más lujoso que se pueda encontrar. Espero que el pueblo, que eligió al presidente despilfarrador, llegue a los ingresos suficientes para vivir dentro de la pobreza del nuevo mandatario. Que ese pueblo alcance también a dormir con sábanas de tal lujo, que la pobreza no se sienta ofendida comparándose con lo que gasta de su pueblo quien se hizo elegir como uno de los defensores de los más desposeídos. Sabíamos que Petro era todo un engaño, pero nunca nos imaginamos que ofendería de esa manera a los colombianos apenas posesionado en el poder.
Por otro lado, nos avergonzamos de las actitudes de quien, en mala hora, eligió el pueblo colombiano engañado por las promesas. Nuestro primer mandatario llega tarde a todas las reuniones por importantes que ellas sean. A una reunión, citada por él mismo, llegó con siete horas de retraso. ¿Un pueblo puede apoyar a un mandatario incumplido, derrochador y desafiante? Sigo creyendo que los votantes están arrepentidos por haberle hecho caso al engaño de lo peor que hemos padecido en Colombia.
En Medellín tenemos lo mismo. Un alcalde más amigo del dinero que del municipio que lo eligió. Un alcalde que quiere acabar con Medellín, que no se ha dado cuenta de que la ciudad está deteriorándose, que la encontró mucho mejor de lo que está ahora, que su gestión es la peor que podamos recordar. Medellín merece algo mejor que un ególatra desconocedor de la ciudad. Necesitamos que todos los funcionarios y administradores de Medellín hayan conocido la ciudad desde sus primeros años de vida, no recién llegados y ajenos a ella. En tres palabras, Medellín merece respeto.
Pedimos que la Justicia actúe para la revocatoria