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Por Hernando Uribe c., OCD
hernandouribe@une.net.co
El Espíritu Santo que vino sobre los apóstoles es el mismo que creó el mundo, como lo reconocemos al recitar el credo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida”. Todo lo que existe es obra del Espíritu Divino.
Los problemas de nuestro tiempo se basan en gran parte en que sólo vemos el mundo como materia, y esta solamente como material para nuestras propias producciones. En realidad, el Espíritu está en todo dándole la existencia, y por eso estamos llamados a ver y tratar a cada persona y cada cosa con amor, el lenguaje del Espíritu.
No es sorprendente que un mundo que sólo es material se vuelva inhóspito. Como está pasando con la pandemia. Dios ha puesto la creación entera en manos del hombre, no para atropellarla con su codicia y ambición, sino para dignificarla, humanizarla y aun divinizarla amándola, haciendo con ella unidad.
Las ciencias naturales nos han enseñado de una forma antes insospechada en qué gran medida la materia es espíritu, una sutil matemática, ante cuya grandiosidad nuestro espíritu se detiene lleno de admiración. La ciencia nos ha hecho casi tangible la admirable lógica del Espíritu creador.
La mayor urgencia del hombre del siglo XXI, cada vez más industrializado, está en tomar conciencia de la presencia del Espíritu en todo lo que es y hace, por lo cual su actitud de acatamiento debe ir más allá de todo límite, hasta sentirse cada día más comprometido consigo mismo y con los demás siendo sensible a esa presencia y dejándose guiar por ella.
La gran tarea del hombre actual consiste en poner espíritu en todo lo que es y hace. Mirar con espíritu, escuchar con espíritu, oler con espíritu, gustar con espíritu y tocar con espíritu debe ser su verdadero orgullo. El secreto de su grandeza humana está en actuar como instrumento del Espíritu.
San Agustín afirmaba con gran perspicacia: “En Dios no hay accidentes, sino sólo sustancia y relación”. Este gran pensador daba a la relación la misma categoría que a la sustancia. Podemos afirmar que todo existe en relación y sin relación no existe nada, porque la relación es el fundamento de todo.
Ahora bien, la relación es, no una cosa, sino una persona, el Espíritu presente en todo dándole existencia y unidad. Y así, cuando oro: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida”, tomo conciencia de que esta vida que yo acaricio, esta vida que yo cultivo, esta vida que soy yo, es forma esplendorosa de la presencia del Espíritu en la creación. La espiritualidad