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Columnistas | PUBLICADO EL 05 junio 2015

El arte de la mirada

Porernesto ochoaluiseochoa@une.net.co

Abro los ojos y con la mirada creo el mundo que me rodea. Estaba allí, existía, pero no es mío hasta que el perfil de las cosas se posa en mis pupilas. Con mis ojos dibujo el mundo, lo lleno de color, le creo dimensiones. Por mis ojos, a su vez, salta la vida que llevo dentro y a través de ellos reparto ternura, amor, alegría, comprensión. En ellos, en mis ojos, habita también el llanto para mi dolor y para el dolor ajeno. Pero si odio, mi mirada es garra de tigre.

Los otros, los seres humanos que encuentro en mi camino, adquieren rostro y personalidad y sentimientos a medida que mis miradas los acogen. Pero, a diferencia de las cosas y los paisajes, las personas, como yo, también miran. Si yo soy y existo en la mirada, los demás son y existen porque miran. Y me miran a mí. De un diálogo de miradas brota la convivencia humana. Y nace, siempre, el amor.

Decía el poeta español Antonio Machado: “El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas/, es ojo porque te ve”. En estos tres versos está encerrada, como en una cápsula de sabiduría, toda la filosofía de la “otredad”. La aceptación del otro desbarata el egoísmo y hace posible el pluralismo. Entender eso y practicarlo es, por lo demás, el primer principio de las relaciones humanas. Y la esencia de la paz.

Para ello, para llevar una vida serena y pacífica se impone practicar el arte de la mirada. Hay que aprender a ver, a mirar. No basta abrir los párpados. Antas que nada debemos estar preparados para el asombro. Todo puede ser nuevo, todo puede ser bello si a mis ojos se asoma la sorpresa. Para ello, debo disciplinar los sentimientos, apaciguar amarguras y rencores. Hay un ejemplo vivo de lo que es el arte mirar: los ojos de un bebé, de un niño. Volver a la inocencia: he ahí la meta.

Existe, por lo demás, una fórmula para este aprendizaje de la mirada, para este retorno al la inocencia. Fue el secreto que el zorro le dio, como un regalo de despedida, al Principito: “He aquí mi secreto -le dijo-. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.

La mirada juega, pues, un doble papel. Por un lado me entrega, hace mío, el mundo físico que me rodea. Por otro, si miro también con el corazón, me abre horizontes espirituales, hondos, trascendentes. En el fondo, vivir es conjugar estas dos dimensiones de la mirada. Ver con gozosa alegría el mundo que me rodea, las personas que encuentro en el camino. Y ver también lo invisible que en ellos habita.

Cierro los ojos para iniciar el sueño. Detrás de los párpados descubro que todo lo que he visto hoy y que desapareció en la fugacidad del momento, aún vive dentro de mí. Es ya invisible, pero lo veo con el corazón.

Es bello el arte de la mirada

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