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Columnistas | PUBLICADO EL 02 diciembre 2022

Edmund Wilson

Wilson, quien paradójicamente no se consideraba un crítico literario, hizo todo lo posible para que la cultura de Estados Unidos se despojara de su provincianismo.

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Esta semana, mientras practicaba la dicha de echarle un vistazo a la vitrina de una librería, salté de emoción al ver una nueva edición de Obra selecta, el libro de Edmund Wilson que nunca llegó a Colombia cuando se publicó por primera vez hace unos quince años. Recuerdo que tenía tantas ganas de leer ese libro que se lo encargué a la librera de la desparecida ArteLetra en Bogotá, que por aquel entonces era la única que traía cosas raras, así fueran carísimas. Nunca entendí el porqué ese libro no circuló libremente en Colombia, o sí creo saber, en un país como el nuestro, hoy en día, la crítica literaria importa muy poco.

Edmund Wilson, para mí, es el crítico más grande del siglo XX y me enamoré de él cuando descubrí sus ensayos: Literatura y sociedad, El castillo de Axel y Hacia la estación de Finlandia. Esta antología, cuidadosamente armada para Lumen por el gran Aurelio Major, no es cronológica, pero demuestra cómo se gestó y fue modificándose el estilo de quien expuso en profundidad las ideas del arte literario en revistas como The New Republic, Vanity Fair, The New Yorker y The New York Review of Books.

Wilson, quien paradójicamente no se consideraba un crítico literario, “me creo simplemente escritor y periodista”, hizo todo lo posible para que la cultura de Estados Unidos se despojara de su provincianismo. Como le escribió a Scott Fitzgerald en la década del 20, deseaba como nadie que la cultura de París se trasladara a Nueva York.

Por esos días escribió un artículo donde lamentaba que el periodismo crítico en la capital del mundo fuera pueril. “Los libros de historia en general son reseñados por historiadores, los de física, por físicos; pero cuando aparece alguna novedad literaria de novela o poesía, tengo la impresión de que la reseña se asigna a cualquier persona bienintencionada – y no necesariamente culta – que se limita a describir las emociones que le suscitó la lectura. ¿Cuántas obras de literatura son discutidas oficialmente y reseñadas en Nueva York por especialistas en la materia?”, se preguntaba quien hizo de la crítica literaria un arte.

“El hombre de la corbata de hierro”, como le decían, ayudó a publicar en Estados Unidos a Nabokov, con quien mantuvo una larga correspondencia. Algunas de las cartas son verdaderas críticas literarias. En 1947, por ejemplo, se refiere a la novela Barra siniestra y le dice sin pudor al autor de Lolita que no es bueno mezclando cuestiones de política y cambios sociales “porque no te interesan en lo más mínimo y nunca te has tomado el trabajo de entenderlos”. Luego agrega: “Tu país inventado no te ha hecho ningún favor”. “Barra siniestra es el único trabajo tuyo que tiene partes aburridas”.

Tal vez por eso W.H. Auden y Hemingway afirmaron que solo escribían para él y él como buen lector se preocupó de hablar sobre libros hasta antojar leerlos. Este año, cuando se cumple medio siglo de su ausencia, y que este libro por fin se consigue, vale la pena volver sobre Edmund Wilson

Diego Aristizábal

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