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Sean cuales fueren la suerte y las opiniones diversas sobre la decisión del presidente Petro de asignarles a los tenderos la categoría de representantes suyos en las juntas de las cámaras de comercio, les hace un homenaje merecido a unos personajes que representan la fuerza dinamizadora de la economía popular. En Colombia hay unas 500.000 tiendas, en todos los barrios, de todos los estratos. Sin ellas no habría comercio doméstico.
Y el tendero es un personaje imprescindible en todas las cuadras y esquinas. Personifica la solución a las necesidades básicas de mercado familiar, a las urgencias de una libra de sal, una docena de arepas, una bolsa de leche o un paquete de panes, de esas carencias que suelen aparecer un domingo por la noche cuando ya no hay supermercados abiertos. A la hora en que ya se ha ido el muchacho de los domicilios, siempre estará pendiente del teléfono el tendero, el vecino solícito, el que ahí mismo atiende y se apersona del asunto y en dos minutos llega con el pedido y la devuelta de cincuenta.
Pongámosle un nombre genérico: que se llame Don Hermes, tocayo del heraldo de los dioses griegos, mensajero del Olimpo, orador convincente, guía de viajeros, dotado del caduceo o vara mágica y con sandalias aladas, patrón universal del comercio y dicen que hasta pícaro divino por su astucia a veces desbordada. Don Hermes no descansa en festivos, no saca vacaciones, madruga a la mayorista a conseguir surtido, es un todero recursivo, si no hay algún producto, “siempre se le tiene”. Don Hermes, el tendero, atiende la tienda como punto de encuentro de los vecinos que se reúnen a conversar. Sin la tienda de la esquina tal vez no se conocerían ni podrían dialogar sobre política y fútbol ni ver los partidos que sólo transmiten por win.
Quiero decir que mi primer oficio fue el de asistente de mi abuela materna en su Salsamentaria Facio Lince, en San Benito. Aprendí a hornear panes, preparar tintos y cremas y helados “de verdadera leche” y a invertir bien los 15 centavos diarios que ella me pagaba al atardecer, de pronto con un huevo de chocolate de encima. Ya trabajaba en tiempo libre, a la edad de siete años. Por ese motivo, sobre todo, conozco y valoro el papel del tendero como prolongador de la vocación y la tradición comercial características de nuestro modo de ser paisa.
Se les deben muchos homenajes a Don Hermes y sus colegas porque sin ellos habría sido peor el impacto de la pandemia. Medio millón de tiendas de barrio, de todos los barrios colombianos, insisto, aliviaron el cruel confinamiento que padecimos cuando se cerraron las llamadas grandes extensiones, los supermercados, los almacenes de cadena, etc. Don Hermes, el tendero de la esquina o de la cuadra, en la ciudad o en la vereda, donde quiera que amanezca y anochezca para cumplir su meritoria función social, es un símbolo nacional