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El testigo escuchón

Las palabras se le desprenden de la boca como avellanas vacías. Son livianas porque están huecas, pero hay muchísimas así. De mil vacías sale una con fruto.

hace 6 horas
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  • El testigo escuchón

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Ante la desazón, lee, lee al azar, sin orden, sin preámbulo, sin pedir nada a cambio. Lee, porque sí, cuando estés angustiado y triste, cuando estés muy contento también, lee para que entiendas lo inexplicable de la mismísima y absurda realidad. Lee, si quieres, seguramente sentirás que eres un soplo de la vida y podrás volver a respirar, sin importar la densidad del aire ni la rabia.

Leo entonces un libro de Elias Canetti que se llama “El testigo escuchón”, y encuentro la calma, me quito la furia y decido no olvidar, pero sí restarle el 00.1 por ciento que me quedaba de interés por Benedetti y Montealegre, por poner solo un ejemplo de los muchos personajes de circo que tiene un país como el nuestro, personajes nefastos para la política de este país, que miden la dimensión de las palabras después de pronunciadas y por eso recientemente tuvieron que armar un nuevo show, cubierto por los medios, claro está, para sellar el apretón “estoico” de manos.

Y se hicieron la luz y las palabras, y yo me fui enredando en ellas y me quedé con las palabras, con las siguientes, tan lúcidas, tan pertinentes de mi querido Elías: “El lengüipronto habla sobre patines y adelanta a los peatones. Las palabras se le desprenden de la boca como avellanas vacías. Son livianas porque están huecas, pero hay muchísimas así. De mil vacías sale una con fruto, aunque por casualidad. El lengüipronto no dice nada que haya meditado previamente, lo dice antes. No es su corazón lo que rebosa, sino la punta de su lengua. Tampoco importa lo que diga, siempre y cuando se lance a hablar. Con un parpadeo señala que el discurso sigue, que aún no ha terminado, luego vuelve a parpadear y sigue parpadeando hasta que el otro abandona toda esperanza y lo escucha”.

Próceres de la patria, hombres correctos y leales, hombres dignos que están en la palestra, no permitan que sean invadidos o reconocidos por lengüiprontos, mucho menos por tramposos e incorrectos, hagan que recuperemos la confianza y la seriedad, en tiempos de campaña presidencial, dejen de jugar sucio entre ustedes, sean más concretos para que puedan ir por fin a las librerías y a las bibliotecas, para que vayan a los museos con sus hijos y se coman un helado sin angustia en una banquita de parque. En este país no debería haber más espacio para la decepción, para el engaño, para los lengüiprontos. Salvemos la poca dignidad que le queda a nuestros líderes políticos, estamos a tiempo.

Mientras escribía este artículo me pasó que cuando quería escribir “vacías” mi inconsciente digitaba “políticas”. ¿Será por algo? Ya me estoy cansando de que cada que pienso en un político y en la política se me ocurren cosas malas, superfluas, Colombia necesita una nueva oportunidad sobre la tierra. ¿En manos de quién quedaremos?

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