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Todos somos desertores de algo, y en un mundo como el nuestro valdría la pena ser más hospitalarios, comprender que, en algún momento, nos gustaría ser aceptados y protegidos.
Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com
En la novela “El desertor”, el Premio Nobel de Literatura 2021, Abdulrazak Gurnah, además de narrar historias de amor truncadas, miedos culturales heredados, historias de países que fueron colonizados, y luego descolonizados, también deja entrever un asunto que aún como humanidad no hemos podido resolver: qué hacemos con el otro, que es extraño, que es distinto a mí, y llega a mi territorio. ¿Qué hacer, por ejemplo, con un hombre moribundo que es encontrado en un andén y cuyos rasgos son muy distintos a los míos? ¿Le ayudo por ser extraño o lo dejo tirado justamente por lo mismo?
Y así nos vamos metiendo en una historia donde los personajes van contando desde su propio punto de vista la versión de los hechos, que abordan dos momentos en el tiempo: 1899, y la incertidumbre que conlleva un nuevo cambio de siglo; y los convulsionados años 50, donde la búsqueda de la democracia se tropieza con las dictaduras. Hassanali, por ejemplo, el hombre que es tendero por herencia y que hace sonar las campanas para llamar a las oraciones del alba, un día encuentra a un hombre tirado en el piso que al principio, pensó, era un espectro, por su rareza, porque su piel y su pelo no eran como los de él. Claro, eran tiempos donde los colonos británicos recorrían los países africanos (Tanzania, en este caso) anhelando que ese continente fuera la Nueva América.
Mientras los curiosos se preguntan qué clase de hombre abandona su tierra y acaba deambulando a solas por el monte, el europeo es llevado a la morada del tendero y es auxiliado por la hermana y la mujer de Hassanali, quien se pregunta si la conducta de este mzungu denota valentía o locura, ¿qué podía haber allí que superara lo que había dejado atrás? ¿Y si se nos muere, los suyos nos echarán la culpa?
Dejemos aquí esta historia que luego conecta con futuras generaciones, y pasemos brevemente a la segunda parte de la novela, a la década del 50, donde aparecen tres hermanos: Farida, Amín y Rashid, y a pesar de que el universo de todos es fabuloso y complejo, porque hay deshonra y amor, cuestionamientos a las tradiciones, concentrémonos en este último, en Rashid, “el soñador”, un guiño al propio Abdulrazak Gurnah, porque es quien, contra todo pronóstico, viaja a Inglaterra a estudiar y se encuentra de frente con el desprecio de los ingleses en la universidad. Ahora, ¿cómo sabiendo su grado de colonialismo, los ingleses no se muestran más abiertos con los migrantes? ¿De qué sirve viajar y conocer si no sirve para comprender y enriquecer el entorno y el país del viajero? Más aún, ¿por qué se sigue repitiendo el desprecio de quien, por diversas razones debe migrar, y el local impone barreras de relacionamiento y ahonda en sentimientos de desprecio? Todos somos desertores de algo, y en un mundo como el nuestro valdría la pena ser más hospitalarios, comprender que, en algún momento, nos gustaría ser aceptados y
protegidos.