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Antes que nada, Caparrós

Estas memorias están repletas de preguntas porque, como buen reportero, Martín está hecho de curiosidad, de un intento, precario en este caso, de comprender lo que, quizás, ya no podrá comprender.

08 de noviembre de 2024
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  • Antes que nada, Caparrós

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Es muy raro lo que se siente al leer el último libro del escritor argentino, Martín Caparrós, y créanme que pensé mucho si escribir último o más reciente, porque en realidad este sí puede ser su libro final, ojalá que no, ojalá me equivoque, ojalá, como dice él mismo al terminar sus memorias: “la lógica fracase una vez más. Sería un regalo espléndido”.

Es raro, muy raro, leer las memorias de Caparrós, “Antes que nada”, porque el autor de crónicas que leí con admiración cuando estudié Periodismo, autor de más de 40 libros y muchos viajes por el mundo, está condenado a morir. Y créanme que también pensé si escribir eso, porque todos, queramos o no vamos a morir, como decía Alberto Aguirre, “sospecho que me voy a morir”; pero no es esa muerte, la que nos llegará a todos, ni idea cómo ni cuándo. Pero Martín Caparrós sí sabe cómo morirá, o al menos las probabilidades son altísimas desde que le diagnosticaron en 2021 esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y claro, “no pasa nada: solo te dicen que te vas a morir mal mucho antes que lo que habrías querido -mucho antes que lo que podías esperar”.

Ahora, Martín sigue vivo, “no quiero que al verme vean al muerto. Mientras siga vivo quiero seguir vivo”, y claro que lo está, porque las memorias que emprende, muy propio de él, no podían ser cortas, así para una vida, la que sea, las páginas nunca sean suficientes. “¿Unas memorias deberían ser el intento de recordar todo lo que uno ha tratado de olvidar a lo largo de su vida? ¿O, en cambio, la tentativa de juntar todo lo que uno había jurado recordar? ¿O una sabia mezcla de ambos elementos? ¿Y, en tal caso, cómo se mide la sabiduría de las proporciones?”¿Qué importa contar una vida? ¿Las ideas, las grandes líneas, los eventos, los amores, las anécdotas, los logros, los fracasos repetidos, las percepciones vagas?

¿Qué importa, qué vale la pena contar de una vida? Estas memorias están repletas de preguntas porque, como buen reportero, Martín está hecho de curiosidad, de un intento, precario en este caso, de comprender lo que, quizás, ya no podrá comprender. O sí, porque recordemos que sigue vivo y su vida se sigue justificando, incluso se justificó desde el temprano momento cuando aprendió a leer, porque ahí empezó toda su historia. “¿Qué habría sido mi vida sin leer?, me pregunté tantas veces y la respuesta es simple: no habría sido mi vida”.

A pesar de que esta sea una despedida que será verdad, quiero tener una ilusión, quiero que sea cierto lo que Martín dice en esta frase hasta el punto seguido: “Es tonto: a veces, cuando pienso, cuando escribo, me siento tan vulgarmente poderoso que me parece que todo esto de la enfermedad es una tontería, algún error de cálculo. Después intento levantarme y todo vuelve”. La última frase, después del punto seguido, digamos, ojalá sea un mal chiste de una muerte que husmea y también, como en aquella historia de Saramago, se arrepiente.

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