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Lo obvio produce ceguera, es algo que intento hacer consciente cuando algo se vuelve paisaje, retórica o lo damos por sentado. Me pasa a veces, en especial en los meses recientes, cuando escucho el uso o el desuso del concepto, la potencia de la palabra y el significado de democracia.
Es tan bella y profunda que dejarla caer en el desgaste es inconcebible y riesgoso. Es previsible que la saquemos a flote en elecciones, como si su alcance estuviera sólo delimitado por el voto. Lo cierto es que va más allá, lo sabemos y debemos recordar. Democracia es contar con opciones diferentes y diversas para elegir, que el gobierno entregue y sea fiel a los servicios a los que se compromete y estos sean asequibles y valiosos para los ciudadanos sin que nadie se robe los recursos. Es que los ciudadanos puedan participar con libertad y lo hagan de forma efectiva. Es control a los gobernantes. La democracia supone principios y valores, derechos y deberes.
Es tener unos niveles de acuerdo social mínimos, caminos racionales para tramitar las diferencias, justicia y una férrea voluntad de contar con mecanismos que limiten el poder de los que ganan sin que eso signifique entorpecer el funcionamiento del ejecutivo. Es equilibrio.
Recientemente la revista The Economist publicó un informe que mide la salud de la democracia en el mundo –167 países-. El 2022 mostró que en ese tema el planeta se estancó y señaló a los actores armados, polarización, ataque a los mecanismos de control republicanos y conflictos bélicos, como los causantes. Según la publicación, la democracia hoy está peor que antes de la pandemia.
Sobre América Latina, que es la región más democrática del mundo después de Europa Occidental y Norte América, los resultados acumulan siete años de caída permanente. En 2022 Cuba, Venezuela, Nicaragua y Haití fueron clasificados como regímenes autoritarios, ninguna novedad, pero sí mucha preocupación. En el otro extremo, Uruguay, Costa Rica y Chile son considerados por la medición como democracias plenas en las que se respetan las libertades, los medios son independientes, el poder del ejecutivo tiene contrapesos y las decisiones judiciales son independientes y se cumplen.
Colombia, antes de la pandemia ocupaba el puesto 50 a nivel mundial, quedó en el lugar 53 y sigue siendo evaluada como una democracia imperfecta, que es el escalón previo a una democracia plena.
El deterioro de la cultura política es el factor que más golpea la calidad democrática de nuestro país. La polarización nos pasa factura, parece improbable tener acuerdos mínimos que posibiliten la transformación social; así como el reto que supone que las identidades se conviertan en ideologías. La corrupción y el control de organizaciones criminales, que compiten por el control territorial, también ponen en peligro nuestra democracia.
Este imperfecto arreglo que hemos construido como sociedad debe funcionar sin que eso implique comenzar de cero. Muchas cosas en la vida que damos por sentadas y actuamos como si se dieran por generación espontánea, son las más valiosas y requieren máxima atención y cuidado. La democracia es una de ellas
*Presidenta Ejecutiva Proantioquia