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El futuro de la democracia es una de las cuestiones definitivas en nuestra época y uno de los más importantes problemas en la ciencia y la filosofía política. De un lado, la democracia representativa ha sido el dispositivo para organizar los procedimientos de elección de los gobernantes y de toma de decisiones.
De otro lado, en muchas democracias representativas en el mundo, se ha producido en las últimas décadas un profundo distanciamiento entre representantes y representados; los gobernantes se han involucrado en actos de corrupción y abuso de poder. Los ciudadanos ya no confían en poder intervenir sobre las políticas públicas con su participación y están dispuestos a buscar otro tipo de alternativas políticas. Hay entonces un malestar con la democracia representativa; pero hay también una nueva visión de la ciudadanía que busca resistir contra el orden político actual y que quiere transformarlo: el movimiento Ocupa y otras protestas y disturbios masivos en muchas ciudades europeas y americanas, la Primavera Árabe, los levantamientos en Grecia y Turquía, las movilizaciones en Ecuador y Haití, y el estallido social en Chile. Tenemos dos situaciones: la democracia parece estar en retroceso y a la vez revive de las cenizas.
Hace más de doscientos años, cuando Alexis de Tocqueville reflexionaba sobre la Revolución Francesa de 1789, escribió, “Una gran revolución democrática se está operando entre nosotros. Todos la ven, mas no todos la juzgan de la misma manera. Unos esperan poder detenerla, mientras que otros la juzgan irresistible. Querer contener a la democracia sería como luchar contra el mismo Dios”.
¿Quién puede detener a una ciudadanía global, que encuentra que no se puede actuar políticamente en el marco de la actual democracia y que busca cambiar unas reglas de juego sostenidas por una clase política obsoleta que actúa bajo los imperativos de un neoliberalismo depredador? Esta nueva fuerza democrática en América Latina es inquebrantable, no es como algunos la consideran: “una estrategia del Foro de Sao Paulo para desestabilizar a América Latina”. Es más bien, dice Habermas, la expresión del poder comunicativo, que surge entre los hombres cuando actúan juntos, y transforman ese poder en una forma de poder político, que se centra en la formación de leyes legítimas, pero que va más allá de esto.
“El poder comunicativo es el poder de cuestionar. Y se expresa en actos de resistencia, levantamientos contra la represión y la explotación, tanto en resistencia pasiva como activa. Encuentra su razón en la injusticia social (explotación, monetarización, control injustificado, exclusión, etc.) y se desarrolla en la acción política” (Regina Kreide, 2015).
La acción política que se está dando en Chile, Ecuador, Colombia en protestas y levantamientos contra la represión y la explotación, expresa un hastío frente a los políticos y empresarios corruptos, se queja por las deficiencias en la prestación de los servicios sociales que han sido privatizados, -educación, salud, pensiones, energía, agua-, por el incumplimiento de los acuerdos, por la violencia. Esta acción política pretende crear instituciones democráticas o cuestionar las existentes. Hay razones para protestar.