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El delirio de cristal es un trastorno siquiátrico que tuvo muchos casos, los que merecían ser documentados, del siglo XV al XVII entre las “élites” educadas y adineradas. Hacía creer a sus víctimas que estaban hechas de vidrio, y por tal razón debían evitar el contacto con otros, para no romperse. Carlos VI de Francia, llamado El Loco por quienes le conocían y El Bien Amado por los que no, sufría de este delirio y hacía que le cosieran barras de metal a su ropa para evitar que alguien en contravía destruyera su frágil carrocería. No me explico cómo tuvo once hijos, al menos los que merecieron ser documentados.
La refinada y educada princesa Alexandra de Baviera nunca se casó, ni siquiera con el hermano de Napoleón Bonaparte, tal vez porque creía que tanta presión era peligrosa para alguien que estaba convencida que de niña se había tragado un piano de cola de cristal que seguía sin digestión en su estómago. Lo raro es que semejante equipaje nunca impidió su afición a montar a caballo.
Por estas tierras algunos autodenominados miembros de la “aristocracia” criolla y subdesarrollada, convencidos de su sangre azul “bluyín”, también tienen sus delirios, pero no de cristal, porque de transparencia más bien poco; se creen hechos de un material propio de seres superiores, predestinados por sus apellidos a dirigir a estos asnales pueblos. Con egos inflados con óxido nitroso, gas hilarante, nos hacen reír cuando la realidad demuestra que, aunque graduados de matemáticos, no pueden plantear un sistema de tres ecuaciones con tres incógnitas o, titulados de economistas, terminan apoyando a un marxista a la presidencia de Colombia y se creen filósofos porque se leyeron unos libritos del tema al pie de la cordillera de los Andes. O qué tal los “delfines Galán” de la realeza chibcha del altiplano, convencidos de que por genética están destinados a ser lo que su padre no pudo ser por culpa del destino.
Todos ellos son ejemplos vivos de lo que el historiador romano Tácito denominaba “omnium consensu capax imperii nisi imperasset” (“según la opinión general, está capacitado para gobernar, siempre y cuando no gobernara”).
De este traumático proceso electoral, esperamos que algunos aspirantes a la presidencia, tanto los reincidentes —el observador de cetáceos, la francocolombiana— como los novatos autoendiosados, luego de sus fracasos monumentales entendieran que no son lo que creen, así les duela su ego, inflado al extremo de que es peligroso estar a su lado, e intenten ubicarse en la vida y no se caigan desde donde creen que están para que no se rompan en pedazos como si fueran de cristal.
P. D.: VIII Concilio de Toledo (653 d. C.): “si periculi necessitas unum ex his temperare compulerit, id debemus resoluere quod minori nexu noscitur obligari” (”si un peligro inexcusable nos lleva a perpetrar uno de dos males, debemos escoger el que nos haga menos culpables”)