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La salida del presidente número 46 de Estados Unidos pareció envuelta en una bruma de tristeza y derrota. Joe Biden, que adelantó una carrera sólida de décadas, entregó la Casa Blanca al republicano Donald Trump, su máximo opositor, cuatro años después de entrar por la puerta principal. Los mismos protagonistas hicieron el lunes el recorrido inverso de aquel enero del 2021. El cuatrienio liberal, que estaba pensado como un renacer de la democracia estadounidense, tras el huracán trumpista, terminó por ser un periodo poco reconocido entre sus gobernados y la antesala del regreso del conservadorismo que pretendió superar.
Biden inició su mandato con el objetivo de dejar atrás la pandemia y reiniciar una economía frenada por el confinamiento. La recuperación fue evidente y el empleo mostró mejoras trimestres tras trimestre. La ciudadanía, sin embargo, no lo aceptó. Una cosa eran los números publicados y otra la realidad que sentían en sus bolsillos. El mundo, tras el Covid, no será jamás el que existió y la idea de que se estuvo mejor en el pasado fue un lastre del cual oficialismo no pudo desprenderse. La inflación, además, se edificó como una herencia tóxica que nubló la idea de futuro.
En política exterior, Biden tuvo tres grandes dolores de cabeza. El desastre de la retirada de Afganistán, que pareció improvisada, fue el puntapié de problemas mayores. Vendría además la guerra entre Ucrania y Rusia, que exigió un esfuerzo económico descomunal y un reacomodo de alianzas que están empantanadas tres años después del inicio de la invasión. Ni las amenazas, ni las sanciones económicas afectaron a Putin de la forma esperada y, en este punto, Zelenski asume que su país tendrá que ceder parte de su territorio al invasor. El tercer problema es el enfrentamiento en Medio Oriente tras los atentados terroristas de Hamás del 7 de octubre de 2023. La respuesta de Israel, que es responsable de más de 45 mil muertos, fue un rompecabezas diplomático insuperable que dejó al Salón Oval mal parado con aliados y enemigos e inconforme a buena parte de su nación y el mundo. Biden siempre se mostró incómodo con Benjamín Netanyahu e incluso lo cuestionó, pero el apoyo siguió firme. La incoherencia fue imperdonable.
En política interna, el tema de la migración fue un punto muy débil y el caballo de batalla sobre el cual Trump galopó para su regreso. El asunto estuvo en manos de su vicepresidenta Kamala Harris, cuyos pobres resultados fueron, en parte, culpables de que una vez ella fuera nominada candidata del oficialismo, a pocos meses de las votaciones, sus propuestas no lograrán movilizar al electorado en los estados bisagra.
Será la historia la que despeje la realidad del legado de la presidencia de Joe Biden. Lo que ha comenzado esta semana en Washington con Trump será una era de inestabilidad que quizá, con el tiempo, resignifique el valor de un presidente que en medio de las amenazas y los temblores le apostó a la moderación.
