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Estamos ya muy lejos de la historia de inicios del siglo cuando el discurso de la izquierda más radical del continente insistía en una emancipación de Washington.
Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com
Claudia Sheinbaum y Lula da Silva parecen ser los dos únicos presidentes del hemisferio que, sin ser de derecha, han entendido los ritmos y el temperamento de Donald Trump. De la primera –dice el estadounidense– aprende en cada conversación. La define como una mujer maravillosa. Con el brasileño –aún con las diferencias ideológicas y los aranceles y el claro favoritismo de Washington por Jair Bolsonaro– afirma que tiene grandes conversaciones: “Él es muy bueno. Me cae muy bien”. Los dos presidentes latinoamericanos le regresan los cumplidos. Se ríen en las fotos de sus reuniones bilaterales y aseguran que sus encuentros son “excelentes”. “Grandes oportunidades para definir colaboraciones”.
Por su puesto en el radar de simpatías personajes como el argentino Javier Milei, el salvadoreño Nayib Bukele o el ecuatoriano Daniel Noboa, reciben elogios continuos. Es lo esperable. Trump es el faro contemporáneo del conservadurismo mundial. Lo sorprendente, por el contrario, es que los líderes de México y de Brasil, que podrían enzarzarse en disputas discursivas o en amenazas inocuas o en largos trinos delirantes de rebeldía (¿les recuerda esto a alguien?), han seguido el camino de la paciencia y el diálogo para tratar con el republicano.
En medio de lo que podría interpretarse como la bipolaridad política de Trump, con una estrategia de tire y afloje continua, de anuncios y contra anuncios permanentes, Sheinbaum y Lula le entregan al tiempo, a la conversación y a los acuerdos, las relaciones binacionales. Estamos ya muy lejos de la historia de inicios del siglo cuando el discurso de la izquierda más radical del continente insistía en una emancipación de Washington y ahora las necesidades nacionales se imponen y obligan a negociaciones individuales.
México no se puede permitir una disputa con Estados Unidos. Su economía se sostiene en un alto porcentaje gracias al intercambio con su vecino del norte y, además, para enfrentar el narcotráfico –y el dolor de cabeza que representa el fentanilo– es fundamental la cooperación entre ambos. Una pelea entre los dos mandatarios sería catastrófica para las naciones y, sin duda, México llevaría la peor parte.
Brasil, a su vez, tiene una amplia lista de productos que envía a E.U. entre los que están el petróleo, el café, la carne e incluso los aviones, en un comercio que venía creciendo. A mediados de año Brasilia soportó una cascada de amenazas de Trump vinculadas a la incomodidad del republicano con el juicio al expresidente Bolsonaro. Lula esperó. Dio declaraciones que recalcaban su soberanía y buscó acercamientos. Es obvio, además, que su músculo económico le daba un margen de espera. Los aranceles disminuyeron y, tras un encuentro personal, las relaciones parecen encaminarse a la calma. Según anunciaron luego de un encuentro, entre risas, tienen un plan amplio para trabajar de la mano. Para cooperar en varios aspectos, entre ellos, el crimen organizado.
La paciencia. El diálogo. Evitar las declaraciones en caliente. Reconocer el cargo que se ostenta y las consecuencias de cada palabra. La diplomacia.