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En defensa de la cantaleta

Para vivir en sociedad hay que pensar en el otro, por eso existen las normas, son la base de la convivencia ante tanto pelafustán. Hay algunas absurdas y burocráticas, pero en su mayoría hacen que vivamos un poquito mejor en comunidad.

28 de agosto de 2024
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  • En defensa de la cantaleta

Por Dany Alejandro Hoyos Sucerquia - @AlegandroHoyos

Esta semana vi una película llamada Un vecino gruñón, aunque su nombre en inglés es A man called Otto. Por supuesto, el título en español no le hace honor a la historia. Muchos la ven como un tipo que vive de mal genio y se quiere matar, pero es un cuento de amor. Otto todos los días se levanta, hace su ronda, organiza todo, y por ser un poco brusquito genera rechazo.

Sin embargo, si todos hicieran lo que se debe, Otto no tendría que regañar a nadie, ni organizar la basura, ni cerrar la puerta. Otto es como el Cazapichurrias que había en Medellín para mejorar la cultura ciudadana, con la diferencia que Otto frunce el ceño. Por eso, personajes como él son mirados con rabia porque a la gente no le gusta que le digan las verdades.

A veces lo aceptan, pero solo si es con un tonito delicado, con una mirada de suave terciopelo. Yo los llamo los bebés, son adultos que quieren que les hablen como a un niño de dos años. Cuando no les hablan así, arman un drama que asustaría a Shakespeare. Prefieren la forma al fondo. Nos fastidia que nos exijan portarnos bien: “Vea, no arroje basuras al piso”; “no meta el carro, haga la fila”; “el trabajo era para hoy”; “quedaste de venir y nos dejaste tirados”, etc. A eso lo llamamos cantaleta, denominación creada por los desordenados y díscolos para nombrar la corrección.

Todo lo que nos recuerde que estamos haciendo una mala acción es cantaleta. La asociamos con la mamá. Ella nos decía: “Oiga, tienda la cama”, “vaya, báñese”, “recoja esa ropa”, “no hable con la boca llena”. ¿Cierto que era muy cansona esa cantaleta? Pero acaso, ¿no era menester tender la cama y lavar los platos? A excepción de la boca llena, eran cosas necesarias. No faltará el que disfrute ver a una persona hablando con ese reguero de arroz, carne y ensalada revuelto en la boca.

Muchos ven en Otto a un señor amargado. Yo veo un hombre respetuoso, directo; veo un vecino gruñón que sufrió por amor y por una constructora que no hizo lo que tenía que hacer; veo a un hombre que interrumpía sus deseos para ayudar a los demás, como cuando le ayudó a parquear a su nuevo vecino y dijo una frase buenísima: “a los que no pueden parquear sin sensor y cámara, no deberían darles licencia de conducción”. Entonces, ¿no quiere cantaleta? ¿No quiere un Otto en su vida? Haga las cosas que le corresponden.

Para vivir en sociedad hay que pensar en el otro, por eso existen las normas, son la base de la convivencia ante tanto pelafustán. Hay algunas absurdas y burocráticas, pero en su mayoría hacen que vivamos un poquito mejor en comunidad. Así que, si ve un Otto por ahí, téngale la paciencia que él a usted no le tendrá. Otto no será el alma de la fiesta, pero es necesario.

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