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Si queremos seguir emocionándonos con las gestas de nuestros atletas cada cuatro años, necesitamos hacer mucho más que aplaudir sus éxitos desde la comodidad de nuestros hogares.
Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev
Cada cuatro años, los colombianos nos emocionamos viendo a nuestros deportistas competir en los Juegos Olímpicos. Nos llena de admiración verlos superar obstáculos que parecen insalvables, mientras las historias de sus familias, que con esfuerzo y casi ningún apoyo institucional han sacado adelante a estos héroes nacionales, llenan los noticieros y las redes sociales haciéndonos aún más conscientes de lo que hay detrás del sueño olímpico. Pero una vez terminan los Juegos, ¿qué queda de toda esa emoción?
Desde Londres 2012, cuando alcanzamos 9 medallas, el número de preseas ha disminuido. En Río 2016 fueron 8, en Tokio 2020 apenas 5, y ahora en París 2024, hemos llegado a nuestro punto más bajo con solo 4 medallas. Río de Janeiro, sin embargo, fue una excepción. A pesar de la disminución en el número de medallas, logramos 3 de oro, el mejor resultado de una delegación colombiana en la historia de los Olímpicos. Pero esa excepción no cambia la tendencia general de declive.
Lo más alarmante es que, lejos de aprender de nuestros errores y aumentar el apoyo a nuestros deportistas, el presupuesto para el deporte se reducirá drásticamente el próximo año. Pasaremos de $1,312 billones en 2024 a apenas $464 mil millones en 2025, una reducción de 848 mil millones de pesos, a pesar de que el presupuesto general de la nación aumentará un 4%. Es difícil entender cómo un país que se llena la boca de orgullo olímpico puede justificar semejante recorte.
A nivel gubernamental, en 2023 el sector deporté estuvo en el puesto 30 de ejecución presupuestal entre los 32 sectores analizados, con una ejecución del 49%. Esto significa que, además de recibir poco presupuesto, ni siquiera se garantiza que el dinero aprobado se invierta efectivamente. Es un problema que va más allá de los números: se trata de una visión miope que subestima el valor del deporte para la sociedad.
Además del bajo presupuesto y la mediocre ejecución, otro problema serio es la inestabilidad administrativa. En los últimos dos años de gobierno, hemos tenido tres ministras del deporte, lo que implica constantes cambios en la dirección y administración del sector, afectando la continuidad y efectividad de las políticas y programas deportivos.
El deporte es mucho más que medallas. Es bueno para la salud física y mental, y es un entorno protector que puede salvar la vida de muchos jóvenes que viven en condiciones de alto riesgo de reclutamiento forzado. Invertir en deporte no es “una pérdida de tiempo”, como insinuó el presidente Petro al referirse al Ministerio del Deporte. Es una inversión en el futuro del país, en la salud, en la cohesión social y en la esperanza de millones de jóvenes.
Si queremos seguir emocionándonos con las gestas de nuestros atletas cada cuatro años, necesitamos hacer mucho más que aplaudir sus éxitos desde la comodidad de nuestros hogares. Necesitamos apoyarlos con recursos, con políticas públicas coherentes y, sobre todo, con un compromiso real de que el deporte es una prioridad nacional. Solo así podremos ver más medallas, pero sobre todo, podremos ver un país más sano, más fuerte y más unido.